La yegua que tejió el arcoíris. Hace mucho tiempo, en un valle lejano de tierras recónditas, vivía una yegua de nombre Arcoíris. Esta yegua era única en su especie, pues tenía la habilidad de tejer los colores del cielo y de la tierra en su lomo. Y cuando el sol se escondía en el horizonte, él creaba el arcoíris más hermoso que haya visto el mundo.
Todos los días, la yegua tejía incansablemente. Era su labor y su don, y lo hacía con el corazón lleno de amor y alegría. Pero un día, la yegua se dio cuenta de que algo andaba mal en el valle.
Las plantas se marchitaban, los animales se alejaban, y los habitantes del lugar andaban tristes y desanimados. Arcoíris se preocupó y se preguntó qué podía hacer para ayudarlos.
Un día, mientras la yegua caminaba por el valle, encontró una planta que brillaba con un fulgor extraño. Al acercarse, descubrió que la planta estaba enferma, y en su desesperación, la yegua decidió tomar acción.
La yegua tomó algunos de sus pelos mágicos, los cuales utilizaba para tejer el arcoíris, y los colocó en las hojas de la planta enferma. Y con la ayuda de la magia, la planta comenzó a sanar. Fue entonces cuando la yegua supo lo que debía hacer.
La yegua regresó al valle y empezó a tejer sin descansar. La magia fluía por sus pelos al momento de crear el arcoíris y así traía vida y felicidad de vuelta al valle. Con su esfuerzo constante, Arcoíris comenzó a tejer una extensión del arcoíris, la cual se dirigió directo a uno de los puntos más oscuros del valle.
Mientras tanto, Hubo un hombre llamado Rafael quien estaba muy preocupado. Él no podía comprender cómo sucedió algo tan triste en su querido valle, el lugar que siempre había sido su hogar. Pero cuando vio el arcoíris de la yegua, las cosas comenzaron a verse diferentes. Rafael sintió que una nueva esperanza estaba viviendo en su corazón.
La yegua tejía y tejía, aumentando la longitud del arcoíris cada vez más, y en su rastro dejaba un camino de colores brillantes e intensos. Mientras las nubes comenzaron a desvanecerse, el cielo se aclaró y los colores se hicieron más vívidos, como si de pronto el mundo se hubiera vuelto más alegre y brillante.
Rafael seguía el arcoíris, sabiendo que algo sorprendente estaba esperando al final del camino de colores. Cuando finalmente llegó al punto donde el arcoíris se reunía con la tierra, descubrió que la yegua estaba allí, esperando por él.
Arcoíris volteó hacia Rafael y escuchó las palabras que él tenía que decirle, llenas de gratitud y admiración. Rafael abrazó la yegua, agradeciéndole por hacer posible el milagro en el valle, y sintiéndose agradecido a la vida por haberle dado la oportunidad de conocer a semejante criatura mágica.
Desde entonces, el valle nunca volvió a ser triste y deprimente. Los colores regresaron, la naturaleza floreció y los habitantes volvieron a sentirse felices. Arcoíris siguió tejiendo incansablemente, y su arcoíris creció cada vez más, convirtiéndose en un símbolo de la espléndida unión entre la tierra y el cielo. Y así, la yegua se convirtió en una leyenda, un mito, una historia que se contaba de generación en generación acerca de cómo el amor, la perseverancia y el deseo desinteresado de ayudar pueden dar lugar a cosas extraordinarias.