La tumba de Halloween. Érase una vez un pequeño pueblo llamado Hollowville en el que todos los años se celebraba una gran fiesta de Halloween. La tradición dictaba que todos los ciudadanos del pueblo debían disfrazarse y salir a pedir golosinas por las casas, mientras que las casas decoraban sus jardines con calaveras, arañas y telarañas.
Sin embargo, en uno de los extremos del pueblo se encontraba un cementerio abandonado que nadie visitaba en Halloween. La gente decía que era un lugar maldito, que el viento susurraba cosas terroríficas por la noche y que se escuchaban risas macabras provenientes de alguna de las tumbas.
Todos los años, los niños del pueblo hacían una apuesta para ver quién se atrevía a acercarse a la tumba más famosa del cementerio, la de la señora Winters, una mujer que había sido considerada una bruja en su época.
Cuenta la leyenda que la señora Winters había sido la responsable de la muerte de varios niños en el pueblo, y que su espíritu seguía vagando por el cementerio, esperando a que alguien tuviera el valor de acercarse a su tumba para cobrar venganza.
Un grupo de amigos, conformado por Ana, Juan, Carlos y Laura, estaban decididos a demostrar que no le temían a ningún fantasma, y que se acercarían a la tumba de la señora Winters para probar que la leyenda no era más que un cuento inventado para asustar a los más pequeños.
El 31 de octubre, después de la cena, los cuatro amigos se escaparon de sus casas con el fin de cumplir la apuesta que habían hecho. Armados con linternas, se dirigieron al cementerio, caminando por los senderos que los llevaron directamente a la tumba de la señora Winters.
-¿Estás segura de que quieres hacer esto, Ana?- preguntó Carlos, temblando de miedo.
-Sí, yo estoy lista- aseguró Ana, mirando a sus amigos con determinación.
-Pero, ¿y si algo nos pasa?- intervino Laura, con miedo en su voz.
-No pasa nada, chicos. Recuerden que esto es solo un juego- habló Juan, tratando de dar ánimo al grupo.
Cuando llegaron a la tumba de la señora Winters, se quedaron petrificados al ver que la lápida de la tumba tenía escritos unos extraños signos que nadie podía entender. Empezaron a temblar de miedo y su valor se fue desvaneciendo poco a poco. Entonces, de la nada, empezaron a escuchar unos murmullos que salían de la tumba.
Todos los amigos se miraron entre sí, asustados, y sin decir palabra, se dieron media vuelta para correr hacia la salida. Pero, antes de llegar a la puerta, Ana tropezó con una de las lápidas del cementerio y cayó al suelo inconsciente.
Los demás amigos intentaron despertarla, pero no hubo forma de lograrlo. Entonces, decidieron llevarla a su casa para que sus padres la atendieran. Pero al llegar a la casa, se encontraron con una sorpresa desagradable: la casa de Ana estaba cerrada y sus padres habían desaparecido sin dejar rastro.
-¿Qué vamos a hacer? -preguntó Laura en voz baja, con lágrimas en los ojos.
-No lo sé -respondió Juan, con la mirada fija en un punto del suelo.
La mañana siguiente no fue mejor para los amigos. Al llegar a la escuela, se enteraron de que Ana no había llegado a clases, y nadie sabía dónde estaba. Los padres de la niña seguían sin aparecer, y nadie en el pueblo parecía saber algo sobre su paradero.
Los días pasaron y el misterio de Ana y sus padres nunca fue resuelto. Los amigos se culparon a sí mismos por haber entrado al cementerio y haberse acercado a la tumba de la señora Winters. Creían que habían despertado a algún espíritu maligno que estaba detrás de la desaparición de Ana y sus padres.
Desde entonces, el cementerio abandonado fue cerrado y nadie volvió a acercarse a él. La leyenda de la señora Winters se convirtió en una historia que se contaba de generación en generación. Los amigos, por su parte, juraron que nunca más volverían a jugar con fuerzas que no podían entender.
Así, Hollowville continuó celebrando Halloween cada año, pero los habitantes del pueblo siempre se aseguraron de quedarse lejos del cementerio abandonado, que seguía siendo un lugar maldito para todos. Y cada vez que pasaban frente a la tumba de la señora Winters, recordaban con tristeza a su amiga Ana y a sus padres, que nunca regresaron.



