La travesía del unicornio azul. Érase una vez un bosque encantado donde habitaban criaturas mágicas de todo tipo. Entre ellas, destacaba un majestuoso unicornio azul, cuya melena plateada brillaba con la luz de la luna. Acostumbrado a vivir entre los árboles, el unicornio siempre había anhelado conocer más allá de la frondosidad del bosque. Un día, decidió emprender una travesía hacia el desconocido mundo exterior.
Con su larga y esbelta figura, el unicornio azul avanzó por estrechos senderos, sorteando ramas y raíces, antes de llegar a un claro del bosque en el que se encontró con un joven elfo. Éste se quedó pasmado ante la belleza del animal y, tras recuperar el habla, le preguntó a dónde se dirigía el unicornio.
—Estoy en busca del horizonte —respondió el unicornio con determinación—. Quiero explorar lugares nuevos y descubrir mundos que nunca he conocido.
El elfo sonrió y le deseó suerte en su travesía. Antes de partir, le regaló al unicornio una pequeña flor plateada, símbolo de amistad y de buenos deseos.
El unicornio, con su corazón lleno de ilusión, siguió caminando durante días, otras veces corriendo o saltando. El sol lo acompañaba en su camino y la lluvia le daba fuerzas para seguir. Poco a poco, fue saliendo del bosque, encontrándose con montañas y valles, ríos y desiertos.
Un día, llegó a un mar de agua cristalina. Allí se encontró con un pez dorado que, admirado por su belleza, le preguntó por qué había decidido aventurarse más allá de su hogar.
—Quiero conocer el mundo que me rodea —respondió el unicornio—, asombrarme ante lo que nunca he visto y aprender cosas nuevas.
El pez dorado le regaló una piedra azul, que prometió protegerlo durante su travesía. El unicornio la guardó con cariño en su melena y, con más fuerzas que nunca, siguió adelante.
Tiempo después, llegó a un gran desierto. El sol abrasador lo hacía sentirse débil y sediento. Sin embargo, en el horizonte, vio un oasis de palmeras y agua fresca. Al llegar, se encontró con un grupo de camellos que lo miraban con curiosidad.
—¿Qué haces por aquí, bello unicornio? —preguntó uno de los camellos.
—Estoy descubriendo nuevos territorios —respondió el unicornio con orgullo—. ¿Qué hay más allá de este gran desierto?
—Un mundo lleno de colores y formas sorprendentes, pero también lleno de peligros —le advirtió otro camello—. Sin embargo, si avanzas con determinación y coraje, llegarás a lugares mágicos que nunca olvidarás.
Los camellos le regalaron un trozo de tela a cuadros, que el unicornio usó como sombrero para protegerse del sol. Agradecido, siguió avanzando sin descanso.
Finalmente, después de mucho caminar, llegó a una enorme cordillera de montañas nevadas. La ventisca era intensa y los copos de nieve cubrían su gesto. Sin embargo, esto no lo detuvo en su camino. Subió por las montañas, una por una, hasta que llegó a la cima. Desde allí, pudo contemplar un inmenso valle verde que se extendía hasta el horizonte.
De repente, escuchó un estruendo en el cielo y, para su asombro, vio un majestuoso dragón dorado que se acercaba en su dirección. Temeroso al principio, pronto comprendió que el dragón no venía en son de guerra, sino para ayudarlo. Estaba herido y necesitaba su ayuda para lanzar su último aliento de vida en una frágil flor blanca que crecía en la cima de la montaña.
El unicornio azul no dudó en ayudarlo. Lo acompañó, lo cuidó y logró lanzar al viento el último aliento de vida del dragón, que revivió en ese mismo instante. Como recompensa, el dragón dorado le entregó una rama de oro, que él guardó en su melena en señal de amistad.
Regresando a su travesía, el unicornio se sintió merecedor de los tesoros que había recibido en su paso por los distintos paisajes que había recorrido. Sus nuevos amigos le habían dado regalos estupendos, el valor para combatir eventos que lo habían acobardado, y ánimo para continuar con los obstáculos que se pusieran en su camino hacia su largamente añorado horizonte.
Y así, con la rama de oro, la piedra azul, la flor plateada con fieles amistades y la tela a cuadros, así como la experiencia de la ventura, el unicornio siguió su camino de descubrimientos, feliz y seguro de que su horizonte, cada vez más cercano, lo esperaba con nuevas aventuras y nuevos amigos.