La Sirena de la Laguna Esmeralda. Érase una vez, en un hermoso bosque cerca de la Laguna Esmeralda, vivía una pequeña sirena llamada Aquelita. Ella era especialmente conocida por su belleza y gracia a la hora de nadar. Además, tenía un don que la hacía única en todo el mundo: podía hablar con los animales marinos.
Cada día, Aquelita se sumergía en el agua cristalina y nadaba junto a sus amigos animales. Compartían historias, se reían y disfrutaban de las maravillas que la laguna les brindaba. Pero la Sirena de la Laguna Esmeralda tenía un gran sueño: quería conocer el mundo de los humanos.
Un día, Aquelita decidió que era hora de hacer realidad su sueño. Se despidió de todos sus amigos y comenzó a nadar hacia la superficie. Al salir a la superficie, quedó admirada por el paisaje que tenía ante sus ojos. En ese momento, vio a una niña que se acercaba a la orilla de la laguna. La niña se llamaba Luna y se quedó inmóvil al ver a Aquelita.
Aquelita le sonrió a Luna y comenzó a hablar con ella. Luna no podía creer que estaba hablando con una sirena. Aquelita le preguntó si podía llevarla a explorar el mundo de los humanos y Luna asintió emocionada.
Una vez que ambas estuvieron en la orilla, Aquelita se convirtió en humana. Luna quedó sin habla al ver a la Sirena de la Laguna Esmeralda convertida en una hermosa niña con cabello dorado y ojos azules. Juntas, comenzaron a caminar por el bosque.
A medida que avanzaban, Aquelita se emocionaba con cada pequeña cosa que Luna le mostraba. Las mariposas, las flores, los pájaros. Todo le parecía tan fascinante. Al ver el sol, Aquelita se sorprendió aún más, no podía recordar haber visto algo tan increíble en su vida.
Luna le explicó que el sol le daba luz y calor a los humanos, y que era la razón por la cual podían vivir en la Tierra. Aquelita se sintió agradecida por haber visto algo tan maravilloso y empezó a cuestionarse por qué en el mundo marino no tenían algo igual.
Luego, Luna llevó a Aquelita al mercado cercano. Aquelita estaba maravillada, no había visto tantas cosas reunidas en un mismo lugar. Había puestos repletos de alimentos, flores, juguetes y un montón de cosas más.
Aquelita pensaba que era increíble cómo los humanos podían hacer todo eso y se preguntaba qué pasaría si ella pudiera compartir esas maravillas con sus amigos animales en la laguna. Luna, sin embargo, se rió y le preguntó si había visto algo que quisiera tener. Aquelita le señaló un objeto que le parecía muy interesante.
Luna le explicó que se llamaba «guitarra» y que se usaba para crear música. Después de que Luna le enseñó a usarla, Aquelita decidió que tenía que llevarla de vuelta a la laguna para mostrarle a sus amigos animales y compartir con ellos lo que había aprendido.
Así, Aquelita se despidió de Luna y se sumergió de nuevo en la laguna, dejando a sus nuevos amigos humanos atrás. Cuando llegó al fondo de la laguna, empezó a mostrar a sus amigos animales todo lo que había aprendido sobre el mundo de los humanos.
Los animales se sorprendieron con las historias de Aquelita. Cada vez que Aquelita sacaba la guitarra y dejaba una hermosa melodía llena de alegría y armonía, todos en la laguna se unían en bailes y juegos. Se volvieron más felices a medida que compartían lo que habían aprendido de Aquelita.
Después de unos días, Luna regresó a la laguna para visitar a Aquelita. Había pasado solo una semana, pero todo había cambiado en la laguna. No era solo que la música de Aquelita los unía, sino que los animales de la laguna habían descubierto nuevas formas de vivir la vida gracias a las enseñanzas de Aquelita.
Aquelita y Luna se abrazaron, emocionadas por ver el efecto que habían tenido en la increíble laguna esmeralda. Aquelita estaba contenta de haber descubierto el mundo de los humanos. Pero estaba aún más agradecida por poder compartir su conocimiento y amor con otros.
Desde ese día, la laguna fue considerada como el lugar más feliz y especial del mundo marino. Cada vez que había un baile, los animales de la laguna se reunían para admirar la música de Aquelita y se unían en una danza de alegría y compañerismo, compartiendo lo que habían aprendido del mundo mágico que existía más allá de la laguna.