La princesa y la cueva de los cristales

Tiempo de lectura: 4 minutos

La princesa y la cueva de los cristales
¿PREFIERES UN AUDIOCUENTO?

Si prefieres, puedes escuchar el cuento mientras haces otras tareas

La princesa y la cueva de los cristales. Érase una vez una princesa llamada Ana. Vivía en un castillo rodeado de jardines y bosques en el que siempre estaba rodeada de lujos y comodidades. Nunca había salido del castillo y, aunque era una vida cómoda, se sentía muy aburrida.

Un día, después de mucho pensar, decidió aventurarse a explorar los bosques cercanos. Pasó por senderos de árboles altos y bajo el murmullo del río que fluía con suavidad. De repente, se topó con una cueva enorme y oscura. Dudó por un momento, pero la curiosidad le llevó a adentrarse en ella.

La princesa caminó por pasillos empinados y sinuosos, hasta que llegó a una sala iluminada por una luz brillante y colorida. Descubrió que estaba llena de cristales de diferentes formas y tamaños. La paredes, el suelo y el techo estaban cubiertos de piedras coloridas y brillantes que reflejaban la luz e iluminaban toda la estancia.

Ana estaba fascinada por la belleza de la sala, nunca había visto nada como aquello. Fue caminando entre los cristales y se detuvo para admirar un cristal brillante y grande en forma de corazón. Sin embargo, al acercarse, las piedras que rodeaban al cristal empezaron a moverse y empezaron a bloquear la entrada a la cueva. La princesa intentó encontrar una salida a la cueva, pero todo parecía estar cerrado.

De repente, una voz sonó en la cueva: «¿Quién eres tú y por qué estás aquí?» Ana se giró y vio a un anciano vestido de negro y con barba blanca. «Soy la princesa Ana y sólo quiero explorar esta cueva», dijo con inocencia.

El anciano sonrió y dijo: «Oh, así que eres una princesa. Esto es interesante. Hay una historia que te quiero contar. Cuenta que, hace siglos, un rey que gobernaba estas tierras, amasó una gran riqueza gracias a los tesoros que se encontraban en esta cueva. Pero su avaricia le hizo codiciar aún más estas joyas. Incluso llegó a sacrificar a sus propios hijos. Pero justo después de su crueldad, las rocas y los cristales de la cueva cobraron vida y lo mataron. La cueva se selló para siempre después de esta tragedia».

La princesa se quedó impresionada con la historia y dijo: «Entonces, ¿qué hago aquí? ¿Por qué me atraparon las rocas?»

El anciano le explicó la única forma de salir de la cueva. Debía demostrar su valentía y compasión. Si conseguía encontrar una forma de liberar a los espíritus aprisionados en la cueva, las piedras y cristales la dejarían salir.

La princesa Ana sintió miedo, pero también una gran responsabilidad. Empezó a caminar por la cueva, recolectando cristales y gemas por el camino. Sin embargo, se dio cuenta de que no iba a ser suficiente para liberar a los espíritus encerrados en la cueva.

De repente, Ana recordó la historia que su abuela le había contado cuando era pequeña. «La compasión no sólo significa amar a los demás, sino también a nosotros mismos», se acordó. «Tenemos que mostrarnos amor y aceptación para poder darlo a los demás». Con esta idea en mente, cogió su espejo y, por medio de sus reflejos, fue creando una luz espiral de colores que fue en derredor de las rocas para ir liberándolas.

Y así, finalmente, con mucha valentía y amor, la princesa logró liberar a los espíritus que permanecían encerrados en la cueva. Las rocas y los cristales, dejaron desaparecer sus espinas y permitieron a la princesa salir.

Ana salió de la cueva feliz, sintiendo que había crecido y madurado. Fue a su castillo y se dio cuenta de que quería compartir esa sensación de valentía y amor que había experimentado en la cueva. Así que, decidió abrir las puertas del castillo para que todos pudieran disfrutar y aprender como ella lo había hecho.

Desde entonces, la princesa Ana se convirtió en una aventurera incansable. No solo descubrió una nueva pasión por viajar y explorar, sino que también se convirtió en una líder justa y amorosa, compartiendo su conocimiento y coraje con todos aquellos que la rodeaban.

Y así, la cueva de los cristales se convirtió en un lugar seguro y maravilloso, una fuente de aprendizaje, amor y coraje para todos los aventureros que se atrevían a entrar.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
La princesa y la cueva de los cristales
¿Te ha gustado «La princesa y la cueva de los cristales»?
¡Compártelo con tus amigos!
Facebook
Twitter
Pinterest
WhatsApp
Email
Imprimir