La Perrita Traviesa. Érase una vez una perrita muy traviesa llamada Luna. Luna era una perrita de raza pequeña, con un pelaje color café claro y unos ojos marrones muy brillantes. Vivía en una casa con su dueño, Antonio, y siempre estaba buscando aventuras y travesuras para hacer. Era muy curiosa e inquieta, lo que la llevaba a meterse en problemas de vez en cuando.
Antonio y Luna eran muy amigos y se querían mucho. Pero a veces, Antonio se enfadaba mucho con Luna por sus travesuras. Un día, después de que Luna había roto un jarrón muy valioso, Antonio decidió tomar medidas.
– Luna, – le dijo Antonio – eres una perrita muy traviesa y siempre estás metiéndote en problemas. Necesitas aprender a comportarte bien.
Antonio decidió que Luna necesitaba un poco de disciplina y decidió inscribirla en una escuela de entrenamiento para perros. Él esperaba que con un poco de entrenamiento, Luna dejara de ser tan traviesa.
Luna estaba emocionada de ir a la escuela de entrenamiento. Había escuchado a otros perros contar sobre lo divertido que era, y estaba segura de que ella también se divertiría. Pero no tenía idea de lo que la esperaba.
Al llegar a la escuela, Luna se dio cuenta de que había otros perros allí. Había perros de todas las razas y tamaños, y todos parecían estar muy bien entrenados. Luna se metió en problemas cuando intentó jugar con otro perro, pero rápidamente aprendió que esto no era una guardería.
La escuela tenía reglas muy estrictas que Luna debía seguir. Se le enseñó a sentarse, quedarse quieta, caminar correctamente con la correa, y hasta le enseñaron a hacer trucos. Luna no estaba acostumbrada a todo esto y encontró difícil mantener la concentración. Sin embargo, estaba decidida a hacer lo mejor que pudiera.
Luna también aprendió acerca de la disciplina y cómo seguir las órdenes de su dueño. Había días en que estaba muy cansada, pero no se rendía. Sabía que si conseguía aprender todas las lecciones, Antonio estaría muy orgulloso de ella.
Finalmente, el día de la graduación llegó. Luna estaba emocionada por mostrar todo lo que había aprendido y Antonio estaba anhelante por ver su progreso. Después de una revisión de la escuela, se dio a conocer que Luna fue la mejor graduada de la clase. Había aprendido todas las lecciones y había demostrado un excelente comportamiento.
Antonio estaba muy orgulloso de Luna y se dio cuenta de que su perrita traviesa había aprendido mucho y había crecido. Ya no era tan traviesa como solía ser; había aprendido a seguir órdenes y había descubierto que la disciplina era importante.
La vida de Luna cambió después de la escuela de entrenamiento. Aunque nunca dejó de ser curiosa e inquieta, ya no causaba problemas en casa. Ahora se comportaba muy bien y recibía elogios de Antonio y sus amigos.
Desde entonces, Luna siempre llevó puesto su collar de entrenamiento como una medalla de honor por haber superado su traviesa naturaleza. Los otros perros del vecindario se acercaron a pedirle consejos sobre cómo ser tan disciplinados y amables con sus dueños.
Luna nunca olvidó las valiosas lecciones que había aprendido en la escuela de entrenamiento y siempre trató de dar lo mejor de sí misma. Ciertamente, fue una perrita ejemplar y Antonio nunca estuvo tan orgulloso y feliz de tenerla a su lado.