La oveja perdida. Érase una vez una pequeña ovejita blanca y esponjosa llamada Lucía. Lucía era muy juguetona y le encantaba correr libremente por los prados verdes y llenos de flores. Sin embargo, un día, mientras jugaba con sus amigos, se distrajo y se alejó demasiado del rebaño. Cuando se dio cuenta de que estaba sola, comenzó a correr en busca de sus amigas, pero la noche ya estaba llegando y ella estaba perdida.
Lucía comenzó a sentirse muy asustada y triste, no sabía qué hacer ni cómo volver con su rebaño. Mientras caminaba sin rumbo a través del bosque, se encontró con varios animales que la miraban curiosos. Todos creían que ella era del rebaño que pastoreaba por allí.
Pero sin importar cuánto preguntara, nadie conocía su rebaño o sabía cómo ayudarla. Lucía se dio cuenta de que estaba muy sola y que nadie parecía entender su situación.
Cada vez más cansada y desesperada, encontró un prado enorme, lleno de flores y un gran árbol. Era un lugar tan hermoso que hizo que Lucía se sintiera mejor. Decidió descansar allí un poco, pero mientras lo hacía, se dio cuenta de algo que la sorprendió: una pequeña abejita estaba atrapada en una flor y no podía salir.
A pesar de que era muy pequeñita, Lucía sintió un gran deseo de ayudar a la abeja a salir. Con mucho cuidado, utilizó su suave lana para liberarla. La abeja estaba tan agradecida que comenzó a dar vueltas alrededor de Lucía y dijo:
– Muchas gracias por salvarme, pequeña ovejita. No sé cómo pagarte.
– No te preocupes por eso -respondió Lucía- solo estoy feliz de poder haber ayudado.
– Eres muy amable y compasiva, Lucía -dijo la abeja-. Déjame hacerte un regalo. Te guiaré hacia el lago donde puedes encontrar agua fresca y segura.
Lucía, quién agradecida aceptó el regalo, la izo sentir especial y valerosa. La abejita alzó el vuelvo y Lucía la siguió hasta el lago. Todo parece más claro ya que tenía un camino de regreso al rebaño. Después de beber un poco de agua y estar descansada, comenzó a caminar una vez más, con la abejita guiándola hacia el camino correcto.
Mientras caminaba, Lucía se sentía mucho mejor. La abeja le había enseñado algo muy importante: que la empatía y la compasión son hermosas cualidades que la hacían sentir bien y que los demás responden a ellas. Pero lo más importante es que, con su ayuda, había logrado sacarla de ese lugar donde estaba perdida.
Finalmente, llegó hasta su rebaño, quienes la estaban buscando hacía horas. Sus amigas la recibieron con mucho amor y no dejaron de preguntarle dónde había estado. Lucía les contó todo lo que había pasado y cómo la pequeña abeja le había guiado al lago.
A partir de ese día, Lucía se convirtió en una ovejita muy empatia y compasiva, que ayudaba a todos los animales que encontraba en su camino y, además, se aseguraba de que nunca volviera a perderse.
Y así, gracias a la ayuda de la pequeña abeja, Lucía aprendió la importancia de la empatía y la compasión, y descubrió que cuando se ayuda a los demás, la recompensa es mayor, porque no hay nada más gratificante que ser buena persona.