La noche de los fantasmas de Halloween. Érase una vez, en una pequeña aldea, la noche de los fantasmas de Halloween se acercaba y todos los niños y niñas estaban emocionados por los disfraces que iban a llevar y por salir a recolectar dulces.
Sin embargo, había un pequeño problema: en la aldea se decía que esa noche, los fantasmas salían de sus tumbas y se paseaban por las calles. Muchos niños tenían miedo de encontrarse con uno de ellos y no querían salir a pedir dulces.
Uno de esos niños era un pequeño llamado Tomás. Había oído historias terribles sobre fantasmas y no quería correr el riesgo de toparse con uno de ellos.
Su mamá intentaba tranquilizarlo diciéndole que todo era mentira, que los fantasmas no existían y que no había nada de qué preocuparse.
Pero Tomás seguía temeroso y triste porque no podría disfrutar de la noche de Halloween como los demás niños de la aldea.
Esa misma noche, mientras estaba acostado en su cama, escuchó un extraño ruido en su ventana. Asomándose, vio una figura pálida y fantasmagórica que parecía buscar algo.
Tomás estaba aterrado y no sabía qué hacer. Se cubrió con su manta y esperó que la figura desapareciera. Pero justo en ese momento, escuchó una voz que lo llamaba: «Tomas, sal de tu casa y ven conmigo».
Al principio, Tomás no quería salir, pero la voz sonaba alegre y simpática, y poco a poco se fue sintiendo más cómodo.
Salió de su casa y se encontró con un fantasma muy peculiar. Era de color rosa y tenía un sombrero con flores. No se parecía en nada a los fantasmas terribles que había imaginado.
El fantasma le dijo a Tomás que había venido a llevarlo en un recorrido por la aldea en la noche de Halloween. Y también le prometió que no se encontrarían con ningún otro fantasma terrorífico.
Tomás estaba incrédulo, pero decidió seguir al fantasma de color rosa. Juntos caminaron por las calles oscuras de la aldea, y el pequeño pudo ver que todo se veía diferente de noche.
Las casas estaban decoradas con linternas, calabazas y telarañas. Los niños y niñas andaban de un lado a otro disfrazados de vampiros, brujas y monstruos. Había música, risas y muchos dulces en las cestas que los niños llevaban consigo.
A medida que avanzaban, Tomás se iba sintiendo más valiente, y pronto se olvidó de su miedo. El fantasma de color rosa lo guió por las calles de la aldea, deteniéndose en cada casa para recolectar dulces.
Los vecinos estaban felices de ver a Tomás felizmente recolectando dulces con su compañero fantasmal. Y Tomás mismo se sentía alegre y agradecido por haber conocido al fantasma de color rosa.
Finalmente, llegaron a la casa de Tomás, donde la mamá lo estaba esperando. Cuando ella vio a Tomás y a su acompañante, primero se asustó. Pero cuando se dio cuenta de que no era un fantasma terrorífico, sino uno simpático y divertido, se puso contenta.
El fantasma se despidió de Tomás con un abrazo y le deseó una feliz noche de Halloween. Y Tomás agradeció a su nuevo amigo por haberle mostrado que la noche de los fantasmas no era tan aterradora como pensaba.
Esa noche, Tomás se fue a la cama con una sonrisa en los labios y un corazón lleno de alegría. Había vencido su miedo y había descubierto que no todos los fantasmas son malvados y siniestros.
Desde entonces, cada vez que se acerca la noche de Halloween, Tomás se imagina a su amigo fantasma de color rosa, y se siente feliz y seguro de que nada malo le sucederá. Y esa noche, sale a recolectar dulces con la misma alegría y emoción que los demás niños de la aldea.



