La niña que defendió la inclusión. Érase una vez una niña llamada Sofía, una pequeña muy curiosa y amable que vivía en un hogar muy cálido y acogedor junto a sus padres y hermanos. Siempre mostró gran interés por los demás y una gran bondad, razón por la cual decidieron inscribirla en una escuela que valorara la igualdad y la justicia social más que cualquier otra cosa.
Sofía estaba muy emocionada por conocer gente nueva y aprender cosas emocionantes, pero en su primer día de escuela se dio cuenta de que algunas de las demás niñas y niños eran un poco crueles y parecían estar más preocupados por si alguien era diferente a ellos.
Fue entonces cuando se encontró con un chico llamado Eduardo, un estudiante de color de ojos cafés y cabello oscuro que parecía perdido y triste. Sofía inmediatamente se acercó y le preguntó si necesitaba ayuda. Eduardo le explicó que se había perdido y que no se sentía cómodo hablando con los demás.
Sofía comprendió lo difícil que era sentirse como un extraño y le recordó a Eduardo que la escuela estaba abierta para todos, sin importar su origen social, racial o cultural. Juntos, tomaron la mano y se dirigieron a la sala de clases.
Muy pronto, Sofía descubrió que la escuela no era muy inclusiva, y que muchos compañeros de clase hacían constantes comentarios racistas y sexistas. Esto hizo que se sintiera muy incómoda, pero decidió que no iba a quedarse callada.
En una clase de ciencias, su maestra hizo un comentario mordaz sobre las mujeres y ciencias. Sofía inmediatamente levantó la mano y dijo “Esperen maestra, yo sé que aquí hay niñas que están muy interesadas en las ciencias, porque yo soy una de ellas”. Esto generó un cambio drástico en sus compañeros y desde entonces, empezaron a valorar el trabajo de las mujeres en cualquier área.
Su valentía no sólo la convirtió en una heroína para las niñas, sino que inspiró a los niños a darse cuenta de que había muchas cualidades hermosas que encontraban dentro de quien fuera y no sólo en aquellos que cumplían roles específicos de género.
En la escuela, Sofía y sus amigos celebraron el Día de la Diversidad, un evento en el que se aprendió sobre la cultura y la herencia de las diferentes comunidades en todo el mundo. Sofía eligió compartir la historia de su bisabuela, una mujer descendiente de una familia negra de Estados Unidos, que dedicó su vida a luchar por la inclusión y justicia social.
Después de escuchar la historia de Sofía, sus compañeros de clase aprendieron a apreciar a sus amigos por quienes eran, sin importar su origen. Comenzaron a hablar unos con otros y a celebrar sus diferencias en lugar de avergonzarse de ellas.
Con el tiempo, la escuela comenzó a cambiar y la inclusión y la justicia se convirtieron en sus mayores valores. Ya no se permitían los comentarios ofensivos y los estudiantes nuevos eran recibidos con los brazos abiertos.
El cambio fue emocionante para Sofía porque su pequeña escuela era ahora una verdadera comunidad en la que todos eran valorados y respetados, y en la que cada niña y cada niño se sentían bienvenidos.
A medida que los años pasaron, Sofía recordó su época en la escuela, y sintió un profundo agradecimiento por los amigos que había hecho allí. Y aunque la vida la llevó a diferentes lugares, siempre se encontraba en lugares donde el valor de la inclusión era prioridad.
Así, muchas más personas que Daniela, Eduardo y Sofía pudieron ser parte de esa gran comunidad inclusiva que cultivaba gente tolerante, gentil y valiente. La escuela había cambiado, y de a poco estos chicos y chicas, habían convertido la palabra “inclusión” en la norma ética en sus vidas. Y entonces, todos se dieron cuenta de lo útil que había sido esa pequeña escuela. Fin.
