La niña que amaba los deportes. Érase una vez una niña llamada Sofía, que amaba los deportes desde que era muy pequeña. Desde que aprendió a caminar, no había día en que no se pusiera a correr tras una pelota o se retara a subir por las cuerdas del parque.
Sofía vivía en un barrio lleno de colores y diversidad. Allí convivían personas de muchas nacionalidades, razas y clases sociales y a todas ellas, Sofía las consideraba sus amigas. Sin embargo, cuando llegaba la hora de jugar, algunos de ellos la miraban con extrañeza, como si fuera extraño que una niña quisiera jugar al fútbol o al baloncesto.
Pero Sofía no se dejaba influir por la opinión de los demás. Sabía que su amor por los deportes no dependía de su género, ni de su color de piel ni de su nivel socioeconómico. Al contrario, pensaba que todos los niños y niñas debían tener la misma oportunidad de jugar y disfrutar de los deportes que más les gustaran.
Un día, mientras jugaba en el parque, Sofía conoció a una niña nueva, se llamaba Yasira. Era de su edad y aunque era muy tímida, Sofía percibió que algo especial había en ella. Yasira era hija de padres inmigrantes, que habían venido de un país muy lejano y que trabajaban en el barrio como comerciantes. Sofía se acercó a ella y le preguntó si quería jugar al baloncesto. Yasira, sonrió tímidamente y le dijo que sí.
Desde ese día, Sofía e Yasira se hicieron inseparables. Jugaban al fútbol, al baloncesto, hacian carreras, escalaban y todo lo que se les ocurriera. A veces se unían más niños y niñas del barrio y la diversión se multiplicaba. Sin embargo, en algunas ocasiones había niños que no querían unirse a ellos. Decían que era extraño que una niña fuera tan buena jugando al parkour o que otra niña, como Yasira, no supiera jugar al fútbol. Sofía se sentía triste cuando esto sucedía, porque ella sabía que no había nada raro en disfrutar del deporte sin importar la edad, género o el origen cultural.
Un día, mientras estaban jugando, un hombre mayor que solía pasear por el parque, se acercó a ellos y les pidió que se detuvieran un momento. Sofía, desconfiada, lo miró con recelo. ¿Qué querría ese desconocido de ellos? Pero rápidamente se sintió aliviada cuando el hombre sonrió y les dijo:
«Quería decirles que ha sido un placer verlos jugar hoy. Me gusta ver a niños y niñas de toda etnia, género y clase social conviviendo juntos y divirtiéndose. Es un ejemplo de lo que debería ser nuestra sociedad, un lugar donde la igualdad y el respeto sean para todos y todas.»
Sofía se sonrojó. Era la primera vez que alguien adulto reconocía su derecho a divertirse jugando deportes sin importar su género ni su origen. Sin embargo, Yasira parecía haber sido la gran inspiración de aquel hombre, quien siguió hablando emocionado:
«Y verla a ella haciéndole frente a una pelota con tanta alegría, a pesar de que es la primera vez que juega, me hace pensar que los límites sólo están en nuestra mente. No existen diferencias imposibles de superar cuando tenemos la determinación y la motivación de hacerlo. Ustedes son nuestros futuros líderes, de una sociedad más justa, diversa e inclusiva.»
Sofía y Yasira no podían creer la sorpresa que aquel hombre de aspecto amable les había dado. Nunca antes había sido testigo de algo tan hermoso y emocionante. A partir de ese día, las cosas parecieron cambiar en el parque. Cada vez más niños y niñas se unían a las partidos que organizaban Sofía y Yasira, hasta que ya célebre día decidieron hacerlo una competición. Yasira que no sabía jugar al fútbol, salió campeona en salto alto. Sofía no pudo haberse sentido más orgullosa de ella.
A partir de ese día, todos los niños y niñas del barrio se unieron al equipo de «La niña que amaba los deportes», independientemente de su raza, género y origen cultural. La inclusión y la diversidad había ganado la partida, demostrando que todos juntos pueden hacer algo interesante y fabuloso.
Sofía aprendió en ese parque que con determinación y respeto, cualquier obstáculo podía superarse y que la diversidad era algo bello. El amor por los deportes le enseñó a ver a todos como iguales, sin importar dónde venimos o cómo nos vemos. Sofía, había descubierto la importancia de trabajar y convivir juntos por el bien de un mismo objetivo y esa era jugar para divertirse.
Y así, con la enseñanza que había obtenido de sus amigos y del parque, Sofía, la niña que amaba los deportes, pudo recordar durante muchos años la maravillosa experiencia del trabajo en equipo y la inclusión. Y, sobre todo, aquella conversación que tuvo con el hombre que observaba todos los días, el cual le transmitió y le recordó lo grandiosa que era la diversidad.