La niña que amaba la ciencia. Érase una vez, en un pequeño pueblo rodeado de naturaleza, vivía una niña llamada Carolina. Desde pequeña, Carolina amaba la ciencia, y en su corazón sabía que algún día se convertiría en una gran científica, pero la mayoría de la gente en su pueblo pensaba que las niñas no deberían estar interesadas en la ciencia. Además, Carolina era una niña marrón, de una familia humilde y sin muchos recursos, lo que hacía que la gente pensara que no había lugar para ella en el mundo de la ciencia.
Pero Carolina no dejó que las opiniones negativas de la gente la detuvieran. Ella estaba decidida a seguir aprendiendo todo lo que pudiera sobre el mundo que la rodeaba. Todos los días, Carolina iba al bosque y pasaba horas observando y coleccionando plantas y animales. A menudo, llevaba consigo un pequeño libro en el que anotaba todo lo que había aprendido.
Un día, mientras Carolina estaba recogiendo algunas hojas de un cara de mono para su colección, encontró a un grupo de niños que estaban jugando alrededor de un arroyo. Carolina se acercó, y los niños notaron su libro lleno de hojas y preguntaron qué estaba haciendo.
«Estoy aprendiendo sobre el mundo», respondió Carolina, «y tratando de entender cómo funciona todo».
Los niños se rieron y dijeron que eso era algo tonto para una niña. «Las niñas deberían estar jugando con muñecas y vestidos bonitos», dijeron.
Carolina estaba triste, pero no se rindió. Sabía que lo que estaba haciendo era importante y que ella podría ser una gran científica algún día. Sin embargo, necesitaba la ayuda de alguien que la entendiera y que la apoyara.
Al día siguiente, Carolina regresó al bosque y se encontró con el anciano del pueblo, que había sido un científico famoso en su juventud. «He oído hablar de ti», dijo el anciano. «Eres la niña que ama la ciencia».
Carolina se sorprendió al escuchar esas palabras, no sabía que alguien la conocía. Pero el anciano continuó: «Yo también tenía un amor por la ciencia cuando era joven, y sé lo difícil que puede ser. Acompáñame a mi laboratorio, quiero mostrarte algunas cosas».
Juntos, Carolina y el anciano exploraron su laboratorio, observando todo, desde plantas y animales hasta herramientas y máquinas. El anciano también le dio a Carolina algunos consejos sobre cómo mantener su curiosidad y su espíritu de aprendizaje.
«La ciencia es para todos», dijo el anciano. «No importa de dónde provengas o cómo te veas. Todos podemos aprender juntos y hacer grandes cosas juntos».
Carolina estaba agradecida por las palabras de sabiduría del anciano y prometió continuar siguiendo su pasión por la ciencia. Con el tiempo, más y más personas en el pueblo comenzaron a aceptar su amor por la ciencia y, eventualmente, se convirtió en una científica famosa.
Ahora, cada vez que Carolina volvía a su pueblo, encontraba a niños y niñas curiosos y emocionados por aprender sobre el mundo, y ella siempre les decía: «La ciencia es para todos. No importa quién seas, siempre hay lugar para ti en el mundo de la ciencia».
A partir de ese día, el bosque y el arroyo del pueblo comenzó a repleto de niños y niñas, con sus libros y cajas de colecciones, aprendiendo juntos y construyendo un futuro más brillante para todos. Y Carolina, la niña que amaba la ciencia, siempre estaba allí para guiarlos y enseñarles que no importaba quiénes fueran, sino que lo importante era amar el conocimiento y trabajar juntos.