La lucha contra la discriminación. Érase una vez en un pequeño pueblo, vivían muchos niños y niñas de diferentes colores, culturas y religiones. Todos ellos eran amigos y se divertían juntos, pero a veces, algunos de ellos sentían que no eran aceptados por los demás.
Un día, la maestra de la escuela decidió hacer una actividad especial para hablar sobre la discriminación. Explicó que la discriminación significa tratar a alguien de manera injusta solo por su género, color de piel, cultura o religión.
Los niños y niñas escucharon atentamente y se dieron cuenta de que se habían comportado mal algunas veces sin querer. Entonces, la maestra propuso que trabajaran juntos para luchar contra la discriminación en la escuela y en el pueblo.
La primera en unirse a la lucha contra la discriminación fue Ana, una niña de piel oscura que contó que a veces la trataban mal en la tienda del pueblo solo por su color de piel. Los demás niños y niñas se sintieron tristes y molestos al oír esto, y decidieron ir todos juntos a la tienda para hablar con el dueño.
Cuando llegaron a la tienda, el dueño los recibió con amabilidad, pero los niños no estaban contentos con las explicaciones que les dio. El dueño de la tienda se disculpó y les prometió que desde ese momento, trataría a todos sus clientes por igual, sin importar su color de piel.
Después de la experiencia en la tienda, los niños y niñas se dieron cuenta de que todos sufrían discriminación, incluso algunos por ser pobres, por hablar diferente o por tener una religión distinta. Entonces, comenzaron a planear cómo podían cambiar esa situación y ayudarlos.
Para ello, organizaron una jornada de sensibilización en la escuela, donde invitaron a padres y madres de los estudiantes para hablar sobre la importancia de valorar las diferencias y tratar a todos de manera justa.
Fue un éxito y la mayoría de las personas se dieron cuenta de que la discriminación no era buena para nadie porque siempre lastima a alguien y termina afectando a toda la comunidad.
Poco a poco, los niños y niñas lograron que las personas de su pueblo empezaran a tratar a los demás con respeto y sin prejuicios. Finalmente, gracias a su lucha y dedicación, se convirtieron en una comunidad unida y en la que todos eran valorados por igual, sin importar sus diferencias.
Desde entonces, los niños y niñas de aquel pequeño pueblo aprendieron que, aunque todos somos diferentes, merecemos ser tratados con respeto y justicia. Y que juntos, podemos cambiar el mundo si nos unimos para luchar contra la discriminación y promover la igualdad de género, racial, social y cultural.