La isla de los gigantes. Érase una vez una pequeña isla rodeada por un mar azul y cristalino, donde vivían enormes gigantes que se dedicaban a cultivar la tierra y cuidar de su pequeña comunidad. Los gigantes, a pesar de su enormidad, eran pacíficos y amables con todos los visitantes que se acercaban a su hogar en busca de aventuras y nuevas experiencias.
Un día, una pequeña barca llegó a la costa de la isla. El barco era de madera y apenas podía sostenerse en el agua debido a su tamaño. Sin embargo, a bordo había un joven llamado Marcos, que había viajado desde lejos para descubrir los misterios de la isla de los gigantes.
Los gigantes lo recibieron con los brazos abiertos. Le enseñaron todo lo que sabían sobre la vida en la isla: cómo plantar los cultivos, pescar en el mar y construir sus casas. A pesar de su tamaño, los gigantes eran unos expertos en la fabricación y construcción de todo lo que necesitaban en su día a día.
Marcos, que no era más que un hombrecito si se comparaba con los gigantes, observó fascinado cómo estos seres enormes trabajaban con tanto empeño y dedicación. Nunca había visto a nadie trabajar con tanta pasión y entrega. Pero a pesar de su amor por la vida en la isla, Marcos no conseguía imaginar cómo podría algún día volver a casa.
Un día, mientras Marko estaba paseando por la llanura, divisó una pequeña cueva en la base de una montaña. Intrigado, se acercó a la entrada y descubrió que la cueva era en realidad una enorme cueva esculpida en la roca, un santuario para los gigantes donde depositaban sus tesoros más valiosos.
Marcos no podía creer lo que estaba viendo. Dentro de la cueva había enormes cofres llenos de oro, joyas y todo tipo de objetos valiosos. Pero lo que realmente le llamó la atención fue una pequeña piedra roja que brillaba intensamente. Supo que tenía que sercondealed la piedra roja de los gigantes, con la esperanza de que esa piedra pudiera ayudarlo a escapar de la isla.
Cuando llegó la noche, Marcos esperó a que todos los gigantes se durmieran. Una vez que estuvo seguro de que nadie lo estaba vigilando, se acercó a la cueva y tomó la piedra. Entonces, comenzó lentamente su huida, teniendo mucho cuidado de no ser descubierto por los gigantes.
Pero cuando se alejaba de la isla, la piedra roja comenzó a temblar en su mano. El pánico recorrió su cuerpo cuando vio que estaba siendo perseguido por los gigantes. No tuvo otra opción que arrojar la piedra al mar y seguir huyendo.
La piedra cayó al agua y desapareció bajo las olas. Al mismo tiempo, los gigantes, que no habían visto a Marcos desde muy lejos, volvieron a la isla. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que algo faltaba en el interior de su cueva secreta. La piedra roja ya no estaba allí.
Desesperados, comenzaron a buscar por toda la isla, preguntando a todos los visitantes que llegaban. Finalmente, uno de los visitantes les contó sobre la extraña piedra roja que había visto en manos de un joven que se había dado a la fuga.
Al oír esto, los gigantes se sintieron profundamente heridos. Se dieron cuenta de que la confianza que habían depositado en Marcos había sido traicionada. Habían ofrecido todo su conocimiento y su amor a un extraño, y éste les había engañado y les había robado.
Se sintieron muy tristes y se lamentaron durante largo tiempo. Fue entonces cuando uno de los gigantes dio un paso hacia delante y habló en voz alta: «Escuchadme, amigos. Esta situación no es sino una lección para todos nosotros. Debemos recordar que la confianza y la benevolencia deben ser ganadas con el tiempo, con el respeto y la amabilidad hacia los demás. No debemos dejar que la ambición o las ganancias egoístas nos cieguen. Debemos seguir dando lo mejor de nosotros mismos. No importa la situación, siempre debemos mantener nuestra integridad y dignidad».
Los gigantes aprendieron una gran lección y, desde aquel día, se convirtieron en un gran equipo unido y fuerte, trabajando juntos para mantener la armonía y la prosperidad en su querida isla de los gigantes. Y aunque Marcos nunca volvió a la isla, los gigantes nunca se dieron por vencidos. Recordaron con cariño al joven viajero y decidieron seguir siendo amables y acogedores con todos los visitantes que llegaban a la isla, siempre ofreciendo lo mejor de sí mismos y enseñando su conocimiento y sabiduría, tal como habían hecho desde antaño.