La felicidad del unicornio. Érase una vez un unicornio llamado Arcoíris. Su pelaje era blanco como la nieve y su cuerno plateado brillaba como una estrella. Arcoíris vivía en un bosque mágico lleno de criaturas fantásticas y flores de colores vibrantes. Pero a pesar de todo esto, el unicornio se sentía vacío por dentro.
Arcoíris siempre había soñado con tener un amigo con quien compartir sus aventuras, pero nunca había encontrado a alguien en quien pudiera confiar de verdad. Un día, mientras caminaba por el bosque, escuchó a un pájaro cantando una canción muy hermosa y decidió seguirla para ver de dónde venía.
El camino era largo y lleno de obstáculos, pero Arcoíris se mantenía fuerte y optimista. Finalmente, llegó a una parte del bosque que nunca antes había visto. Era una pradera enorme, llena de flores y árboles, y en el centro había un pequeño lago cristalino.
Arcoíris se acercó al agua y miró su reflejo. Apenas pudo reconocerse, porque su pelaje no era tan blanco como solía ser. De hecho, estaba bastante sucio y desaliñado. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no había estado cuidando su apariencia como debería.
Un poco más allá, vio a un grupo de animales jugando y divirtiéndose juntos. Había conejos, zorros y ciervos, todos correteando y saltando de un lado a otro. Arcoíris los observó con envidia, deseando poder unirse a ellos.
Fue entonces cuando escuchó un ruido extraño. Una ramita se había quebrado detrás de él, y se dio la vuelta para ver qué era. Lo que vio lo dejó sin aliento. Se trataba de otro unicornio, pero de una tonalidad completamente diferente. Su pelaje era púrpura y su cuerno dorado brillaba con la luz del sol.
«¿Quién eres tú?» preguntó Arcoíris con curiosidad.
«Soy Amatista», dijo el otro unicornio con una sonrisa en la boca. «Vivo en este bosque desde que soy joven.»
Arcoíris se acercó a Amatista y empezó a hablarle sobre su vida solitaria y su falta de amigos. Amatista lo escuchó atentamente y le propuso unirse a su grupo de amigos. Fue un momento de gran felicidad para Arcoíris, quien finalmente había encontrado un amigo en quien confiar.
Desde ese día, Arcoíris se unió al grupo de Amatista y disfrutó de muchas aventuras emocionantes. Aprendió a cuidar su apariencia y comenzó a sentirse más seguro de sí mismo. Finalmente había encontrado la felicidad que tanto había buscado.
Pero un día, mientras estaban explorando una cueva misteriosa, se toparon con un dragón peligroso. El dragón los miró con sus ojos feroces y empezó a respirar fuego. Todos los animales huyeron asustados, excepto Arcoíris, quien estaba demasiado asustado para moverse.
En ese momento, Amatista se dio cuenta de que algo andaba mal y regresó para ayudar a Arcoíris. Juntos lucharon contra el dragón y lograron vencerlo. Desde entonces, Arcoíris estaba más agradecido que nunca de tener a Amatista a su lado.
Una noche, mientras se recostaban en el prado bajo una hermosa luna llena, Arcoíris le preguntó a Amatista cómo había logrado ser tan feliz y tener tantos amigos leales.
Amatista sonrió y le dijo: «La felicidad no es algo que se pueda encontrar fácilmente. A veces tienes que luchar y superar obstáculos para encontrarla. Pero, si eres valiente y estás dispuesto a trabajar duro, puedes encontrar la felicidad en cualquier lugar».
Arcoíris pensó en las palabras de su amigo y se dio cuenta de que había estado buscando la felicidad en el lugar equivocado todo el tiempo. Ahora sabía que, con un poco de esfuerzo y valentía, podía encontrar la felicidad en cualquier lugar.
Desde ese día, Arcoíris pudo compartir su vida con sus amigos y vivir en un estado de felicidad constante. Comenzó a explorar el bosque con más confianza, sabiendo que incluso en los momentos más difíciles podría contar con Amatista y los demás para ayudarlo a superar cualquier obstáculo.
De esta manera, el unicornio Arcoíris aprendió la importancia de tener amistades verdaderas, de cuidar su apariencia y de ser valiente en todo momento. Y aunque su vida no era perfecta, tenía todo lo que necesitaba para ser realmente feliz.