La ciudad sin prejuicios

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La ciudad sin prejuicios
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La ciudad sin prejuicios. Érase una vez, en una ciudad muy singular, donde todas las personas eran muy diferentes entre sí. Pero, a pesar de todas las diferencias, los habitantes de esta ciudad se trataban con respeto y amabilidad. Era una ciudad sin prejuicios, donde todas las personas tenían el mismo valor y se valoraban a sí mismas y a los demás por igual.

Allí vivían una niña llamada Laura y un niño llamado Carlos. Laura era morena, tenía el pelo rizado y ojos grandes y brillantes. Carlos, por otro lado, era un poco más alto que Laura y tenía la piel blanca, el cabello rubio y los ojos verdes. Ambos eran muy diferentes, pero eran amigos inseparables desde que se encontraron en la escuela.

Un día, Laura y Carlos decidieron dar un largo paseo por la ciudad. Eran curiosos, así que querían explorar nuevos lugares y ver nuevas cosas. De repente, vieron algo que les llamó la atención. Era un hombre de piel oscura, y parecía estar perdido y confundido. Laura y Carlos se acercaron y le preguntaron si necesitaba ayuda.

El hombre, agradecido, les contó que había venido de muy lejos para encontrar trabajo en la ciudad. Pero estaba perdido y no sabía cómo llegar a la oficina de empleo. Laura y Carlos, sin dudarlo, se ofrecieron a ayudarle a llegar allí y lo guiaron por la ciudad sin prejuicios.

Mientras caminaban por la ciudad, notaron que muchas otras personas también eran de diferentes colores de piel y tenían diferentes orígenes y culturas. Pero, a pesar de todas las diferencias, todos se trataban bien y se respetaban mutuamente.

De repente, Laura y Carlos notaron que algunos niños se reían y se burlaban de una niña. La niña tenía una discapacidad en su pierna y usaba muletas para caminar. Los niños se reían porque la niña era diferente a ellos.

Laura y Carlos se acercaron a los niños y les preguntaron por qué se reían de la niña. Los niños respondieron que la niña era diferente y que sentían miedo de ella. Laura y Carlos les explicaron que era igual a ellos y que la discapacidad no la hacía diferente. Y, a pesar de que era diferente, merecía el mismo respeto y dignidad que cualquier otra persona.

Los niños, al principio, dudaron. Pero Laura y Carlos les invitaron a jugar con ellos y la niña. Y así, todos juntos, corrieron y jugaron con la niña de las muletas. Descubrieron que no tenía nada diferente a ellos y que podían disfrutar y aprender de su amistad y diversidad.

Se hicieron buenos amigos, y Laura y Carlos les explicaron que la diversidad, la inclusión y la igualdad eran importantes en la ciudad sin prejuicios. Les dijeron que todas las personas son valiosas y que cada una de ellas tiene su propia historia y su propia belleza.

Finalmente, Laura y Carlos llegaron con el hombre hasta la oficina de empleo. Le deseaban buena suerte en su búsqueda de trabajo y le pidieron que recordara siempre lo positivo de la ciudad sin prejuicios.

Laura y Carlos aprendieron muchas cosas nuevas aquel día. Aprendieron a valorar la diversidad y a respetar la diferencia. Y, lo más importante, aprendieron que siempre habría personas de diferentes orígenes en su vida y que cada persona era única y valiosa.

Con el tiempo, Laura y Carlos se dieron cuenta de que su ciudad era un lugar especial. Todos se respetaban entre sí, valoraban la diversidad y apreciaban la igualdad. Aprendieron a ser inclusivos y a reconocer la importancia de la dignidad de todas las personas, sin importar la diferencia. Y, al final, su amistad y su ciudad sin prejuicios fueron un gran ejemplo para todos los demás.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
La ciudad sin prejuicios
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