La ciudad donde todos se aceptaron

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La ciudad donde todos se aceptaron
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La ciudad donde todos se aceptaron. Érase una vez, en un mundo donde todos eran diferentes: algo físico, sociocultural, de pensamiento, de fe. Vivían unos al lado de otros, pero no se comprendían. Cada cual se limitaba a conformarse con lo que conocía, y eso a su vez generaba temor y desconfianza hacia aquello que no podía entender. El resultado era una sociedad fragmentada, en la que todos se sentían inseguros e incomprendidos.

Pero un día, llegó a la ciudad un personaje muy peculiar. Era un extraterrestre de aspecto verde oscuro, con bigote dorado y ojos rasgados. A pesar de lo diferente que era de las personas del lugar, el extraterrestre se adaptó rápidamente a las costumbres del lugar. Supo hacer amigos y, con su amabilidad y simpatía, logró reunir a un grupo de personas que nunca antes se habían hablado.

Junto a él, un niño con silla de ruedas, una niña con piel oscura, otro con rasgos orientales, un anciano que vivía solo, una mujer de un barrio humilde, una abuela que hablaba de sus tierras lejanas… todos se encontraron por casualidad en el parque donde el extraterrestre solía sentarse a observar las costumbres de los humanos.

Allí, en ese espacio que se volvió mágico, empezaron a darse cuenta de que eran todos iguales: enfermaban, reían, lloraban, soñaban, anhelaban lo mismo. Las miradas y los prejuicios que antes los habían separado se esfumaron. La curiosidad por saber del otro, por escuchar lo que tenía que decir, se transformó en un diálogo respetuoso.

El dúo inusual de la abuela y el extraterrestre -tan distintos en edad y origen- aprendieron a cocinar juntos y preparar platos de sus países de origen. Así, abuela de Asia y el extraterrestre de un planeta lejano cocinaron juntos empanadas, noodles y tortillas. El niño con silla de ruedas y la niña de tez oscura solían ser los ancianos en el teatro de improvisación, mientras que el anciano solitario les enseñaba a todos los mejores juegos de mesa.

Todas las personas y los extraterrestres que se unieron juntos en el parque se dieron cuenta de que sus diferencias no eran un obstáculo irreconciliable, sino un valor para la convivencia.

Así, poco a poco, la ciudad fue cambiando. Los vecindarios se abrieron, las historias se compartieron, se empezó a valorar la riqueza cultural, racional, y de género de cada unos. El barrio humilde empezó a ser visitado por el vecino más adinerado. Los niños de todas las partes se organizaban juntos para hacer festivales, crear murales, y formaban equipos de fútbol o basket. Ya no habían límites entre unos y otros porque todos los corazones habían aprendido la lección más grande de todas: la importancia del respeto por la diversidad, y que todos somos seres únicos e irrepetibles, con virtudes y defectos.

Y así fue como, gracias a un extraterrestre verdoso y bigoton, la ciudad donde una vez nadie se aceptaba, se convirtió en la ciudad donde todos aprendieran a ser amigos.

Fin.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
La ciudad donde todos se aceptaron
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