La casa encantada del fantasma bueno pero travieso. Érase una vez un fantasma bueno pero muy travieso que vivía en una casa encantada en lo alto de una colina. La casa era grande y vieja, y estaba llena de polvo y telarañas. El fantasma se llamaba Casper y siempre estaba haciendo travesuras a los vecinos del pueblo cercano.
Un día, mientras estaba jugando al escondite con sus amigos fantasmas, Casper se desvió del camino y llegó al pueblo. Allí vio a un grupo de niños jugando en el parque, y sintió mucha curiosidad por ellos. Casper nunca había conocido a niños antes, ya que siempre se había quedado en la casa encantada.
Los niños, por otro lado, sintieron mucho miedo al ver a Casper. Pensaron que era un fantasma malvado que quería hacerles daño. Pero después de hablar con Casper, se dieron cuenta de que era un fantasma bueno y que solo quería hacer amigos.
Así comenzó la amistad entre Casper y los niños. Casper se convirtió en su amigo de juegos, y los niños aprendieron a no tener miedo de los fantasmas. Para demostrarles que era un fantasma bueno, Casper comenzó a hacer travesuras divertidas en vez de asustarlos.
Una vez, Casper se escondió detrás de un árbol y asustó a uno de los niños. Pero en vez de desaparecer, le entregó un paquete de dulces. Los niños rieron y se divirtieron con las ocurrencias de Casper, quien se sentía muy feliz con sus nuevos amigos.
Pero a pesar de su buena intención, Casper seguía siendo un fantasma travieso. Un día, mientras jugaba al aro con los niños, lanzó uno tan fuerte que golpeó la ventana de la panadería del pueblo. El cristal se rompió y los panes quedaron esparcidos por el suelo. Los niños se asustaron y Casper se dio cuenta de que había hecho una travesura muy mala.
De repente, la dueña de la panadería apareció y comenzó a gritarle a los niños. Los acusó de haber roto la ventana y de haber robado los panes. Los niños trataron de explicarle que era un accidente y que Casper era su amigo, pero la dueña no les creyó.
Esa noche, Casper no pudo dormir. Se sentía muy triste y arrepentido. Había arruinado la amistad con sus travesuras y había causado problemas a sus amigos. De repente, se le ocurrió una idea. Decidió que tenía que demostrarle a los niños y a la dueña de la panadería que era un fantasma bueno y responsable.
Al día siguiente, Casper fue a la casa de la panadera y le explicó lo que había pasado. La panadera, al principio, no le creyó, pero después de varias explicaciones, le creyó. Con la ayuda de sus amigos, Casper limpió todo el desorden de la panadería y dejó todo como nuevo. La dueña se quedó muy agradecida y prometió no acusar más a los niños.
Desde ese día, Casper aprendió una valiosa lección. Aprendió que podía ser un fantasma travieso y divertido, pero también responsable y cuidadoso. Sus amigos lo admiraban más que nunca y lo alababan por sus acciones.
La amistad entre Casper y los niños nunca se rompió. Jugaron juntos, se divirtieron juntos y aprendieron juntos. Los niños aprendieron a no tener miedo de los fantasmas, y Casper aprendió a ser un buen amigo. Juntos, crearon recuerdos felices que siempre recordarían.
Y así, la casa encantada del fantasma bueno pero travieso se convirtió en un lugar lleno de risas y juegos. Casper ya no era solo un fantasma, sino un amigo querido por todos. Sus travesuras ya no eran maliciosas, sino divertidas y amorosas. La casa encantada se había convertido en un lugar mágico y especial, gracias a la amistad entre un fantasma y unos niños. Y así, vivieron felices para siempre.