La casa de los fantasmas divertidos

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La casa de los fantasmas divertidos
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La casa de los fantasmas divertidos. Érase una vez, en un pequeño pueblo, una casa muy especial: La casa de los fantasmas divertidos. Nadie sabía realmente si los fantasmas existían allí, pero era un lugar muy famoso y curioso.

Un día, dos niños llamados Juan y Ana decidieron aventurarse y descubrir si había algo de verdad en esa casa. Sabían que correrían un gran riesgo, pero no querían perder la oportunidad de ver de cerca a los fantasmas.

Tras caminar durante un buen rato, llegaron a la casa. Era muy grande y tenebrosa. Se acercaron a la puerta y vieron un letrero que decía: «Bienvenidos a la casa de los fantasmas divertidos». Los niños dudaron un poco antes de entrar, pero finalmente decidieron hacerlo.

Al entrar, se dieron cuenta de que la casa era muy distinta a lo que pensaban. Había una sala muy luminosa y colorida, con muchos juguetes y juegos. Allí se encontraron con varios niños y niñas que estaban jugando y riendo. Juan y Ana se quedaron muy sorprendidos.

– ¡No hay fantasmas! -exclamó Juan, un poco decepcionado.

– ¡Por supuesto que los hay! -respondió un niño que estaba sentado en una mesa-. Solo que son fantasmagóricos, pero muy divertidos.

Así fue como descubrieron que la casa estaba habitada por un sinfín de fantasmas muy traviesos y curiosos. Estos seres mágicos, aunque un poco inquietantes, eran muy amables y acogedores. Juan y Ana se lo pasaron fenomenal jugando con los fantasmas, quienes les enseñaron a hacer bromas y trucos muy divertidos.

– ¡Esta casa es el mejor lugar para jugar! -exclamó Ana, muy contenta.

Los fantasmas también les mostraron una parte de la casa que no tenían vista. Una escalera oscura y empinada que llevaba hacia arriba, hacia un lugar de ensueño. Allí, pudieron ver una habitación gigante, muy iluminada y donde había más juguetes y juegos. Pero lo mejor de todo era un tobogán gigante de varios pisos que daba la vuelta por toda la casa hasta llegar de nuevo a la planta baja.

– ¡Guau! ¡Quiero bajar por ese tobogán! -dijo Juan, que no podía creer lo que veía.

– ¡Vamos! ¡Yo te siguo! -le respondió Ana.

Así fue como se subieron a la cima de la casa y se deslizaron por el tobogán. Fue una experiencia única y muy emocionante que nunca olvidarían. A partir de ese momento, se convirtió en su juego favorito y pasaron horas deslizándose una y otra vez.

Los niños estuvieron disfrutando de la casa de los fantasmas divertidos durante todo el día, hasta que se hicieron de noche. Los fantasmas les invitaron a dormir allí, a lo que Juan y Ana accedieron sin pensar dos veces. Les parecía una gran aventura dormir en una casa llena de fantasmas, pero ya no les daba miedo.

Así, los niños durmieron en una habitación llena de camas tapizadas con sábanas blancas y mullidas. Fue una noche muy distinta a todas a las que estaban acostumbrados, pero también muy divertida. Los fantasmas les contaron historias de aventuras y misterios hasta que cayeron rendidos por fin durmieron.

Al día siguiente, Juan y Ana tuvieron que despedirse de sus nuevos amigos. Les habían dado momentos de felicidad que no olvidarían jamás. Antes de salir, los fantasmas les regalaron una foto de recuerdo.

– ¡Os echaremos de menos! -dijeron los niños.

– ¡Y nosotros a vosotros! -dijeron los fantasmas-.

Y así, Juan y Ana volvieron a casa con la sensación de haber vivido una experiencia única e inolvidable. La casa de los fantasmas divertidos era mágica, diferente y muy acogedora. Los dos niños se prometieron a sí mismos volver algún día para revivir aquellos momentos de aventuras y diversión.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
La casa de los fantasmas divertidos
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