La Carrera de los Lobos en el Valle. Érase una vez en un valle rodeado de montañas imponentes, en el que la nieve no cesaba de caer durante todo el invierno, había una tradición que se celebraba cada año en el solsticio de invierno. Se trataba de la Carrera de los Lobos, una carrera en la que los habitantes del valle y los lobos competían para ver quién llegaba primero a la cima de la montaña más alta.
Los habitantes del valle estaban orgullosos de su tradición, pero nunca habían ganado una carrera contra los lobos. Ellos creían que era porque los lobos eran más rápidos y ágiles que ellos, pero los lobos sabían que eso no era cierto. Los lobos ganaban siempre porque ellos conocían los secretos del valle y de las montañas, secretos que los habitantes del valle desconocían.
Un año, un joven llamado Juan decidió que quería ganar la Carrera de los Lobos. Durante todo el año, Juan entrenó incansablemente, corriendo en las montañas nevadas, aprendiendo a esquiar y a trepar por los acantilados más empinados.
Finalmente, llegó el día de la carrera. Juan estaba nervioso pero excitado, sabía que era su gran oportunidad para demostrar lo que había aprendido a lo largo del año. La carrera comenzó y Juan corrió por las laderas nevadas de la montaña, siguiendo a los lobos que lideraban la carrera.
Pero Juan había aprendido algo importante en su entrenamiento: los lobos se desviaban hacia la derecha, por un camino más largo pero menos empinado. Juan se dirigía por una ruta más corta, más empinosa, pero que lo llevaría directamente a la cima de la montaña.
Los lobos, al ver que Juan se desviaba del camino que ellos conocían, cambiaron de dirección y lo siguieron. Pero no tardaron mucho en darse cuenta de que habían cometido un error, el camino que Juan había tomado no era fácil y pronto estaban luchando por avanzar en la nieve profunda y los acantilados resbaladizos.
Mientras tanto, Juan estaba concentrado en su caminata acelerada hacia la cima de la montaña, sin preocuparse por nada más que el trayecto. Finalmente llegó a la cima, donde lo esperaban los demás corredores.
Cuando los lobos llegaron, estaban exhaustos y desorientados, mientras que Juan estaba fresco y radiante de energía. Había ganado la carrera, algo que ningún habitante del valle había podido hacer antes.
Los lobos, aunque ligeramente avergonzados por no haber podido seguir el camino correcto, estaban sorprendidos y un poco emocionados. A partir de ese momento, respetarían a los humanos que habían aprendido a usar su ingenio y conocimiento para vencerlos.
Desde esa carrera, la relación entre los lobos y los habitantes del valle cambió para siempre. Ahora caminaban juntos, explorando las montañas en compañía en lugar de competir entre ellos. La Carrera de los Lobos ya no importaba tanto, se convirtió en una excusa para reunirse y celebrar la amistad y admisión mutua.
Así, año tras año, la carrera se convirtió en una forma de honrar el respeto entre los lobos y los habitantes del valle. Juan siempre miraba hacia atrás en su historia y se sentía afortunado de haber encontrado una manera de unir a su comunidad de una manera respetuosa e innovadora. Su espíritu de aventurero fue el embajador de la reconciliación entre especies que ahora disfrutaban juntos del valle y sus veredas.
El mensaje de la Carrera de los Lobos se extendió a otros valles y montañas, y encontró oídos escuchando en todo el mundo, llegando incluso a ser incorporado a la enseñanza popular, siempre con la misma idea de respeto y adaptabilidad entre las etnias y las especies.
Cada vez que alguien recordaba la historia de la Carrera de los Lobos, sus oídos se ponían de punta con la idea de un mundo en el que la gente y los animales pudieran vivir en armonía, pudiendo desafiarse mutuamente y superando juntos los desafíos de la vida. Para Juan, esa sería su mayor enseñanza: separar y unir de una manera diferente la convivencia entre especies.