La búsqueda del unicornio dorado

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La búsqueda del unicornio dorado
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La búsqueda del unicornio dorado. Érase una vez en un reino lejano, donde el sol brillaba en lo alto y las flores florecían a lo largo del camino, había una leyenda sobre un unicornio dorado. Se decía que este unicornio tenía la habilidad de conceder deseos a aquellos que lo encontraban y trataban con bondad. Sin embargo, nadie había podido ver al unicornio dorado en toda su vida.

Un día, una joven llamada Elisa oyó hablar sobre la leyenda del unicornio dorado. Su corazón se llenó de asombro, y decidió que quería encontrarlo y pedirle un deseo. Con su valentía y coraje, emprendió una aventura para buscar al unicornio dorado.

Elisa vagó por los prados y los bosques, preguntando a todos los seres que encontraba si habían visto al mítico unicornio dorado. Pero nadie parecía saber nada sobre él.

Desesperada por encontrarlo, Elisa se acostó debajo de un árbol, mirando las nubes pasar por encima de ella. Fue entonces cuando escuchó un suspiro. Al principio, pensó que era solo la brisa. Pero luego se dio cuenta de que había alguien escondido detrás de los arbustos.

Con cautela, Elisa llegó al arbusto y, a través de las hojas, vio la figura de un anciano. El anciano le dijo a Elisa que conocía el paradero del unicornio dorado, pero que no era seguro ir allí sola.

Un poco indecisa, Elisa preguntó al anciano cómo podía ayudarla. El anciano le entregó un mapa y le dijo que la llevaría al territorio del unicornio dorado. Elisa tomó el mapa y siguió al anciano a través del bosque, pasando por ríos de aguas cristalinas y campos de flores vibrantes.

Finalmente llegaron a un claro y se detuvieron en seco. Una corriente de viento sopló desde cualquier dirección, y Elisa supo que había llegado al lugar donde el unicornio dorado estaba escondido.

El anciano la alentó a seguir adelante mientras él se quedaba atrás. Elisa, temblando de emoción, se adentró en el claro. El aire estaba lleno de una suave bruma dorada, y Elisa podía sentir la presencia del unicornio dorado en alguna parte.

De repente, una figura majestuosa emergió de entre los árboles. Era el unicornio dorado. Sus ojos brillaban y su pelaje dorado parecía emitir un brillo especial. Elisa estaba nerviosa pero a la vez cautivada por su belleza.

Después de unos momentos, Elisa respiró hondo y se acercó al unicornio dorado. Fue entonces cuando escuchó una voz suave y melodiosa que le preguntó qué deseaba. Respiró profundamente una vez más y, con toda la emoción del mundo, habló de su deseo.

Y así, el unicornio dorado concedió el deseo de Elisa. La joven se sintió abrumada de agradecimiento y se despidió del majestuoso animal.

Mientras caminaba hacia el borde del claro, Elisa se detuvo de repente. Su deseo no fue lo único que el unicornio dorado le había regalado: había recibido la experiencia más maravillosa que jamás haya experimentado.

Érase una vez, otra búsqueda del unicornio dorado. Esta vez la emprendió un hombre llamado Carlos, cuyo corazón estaba triste y cansado. Había pasado por muchas penurias en su vida, y sentía que no había llegado a ningún lugar.

Con la esperanza de encontrar algo que le diera felicidad, Carlos decidió embarcarse en la búsqueda del unicornio dorado. Viajó por el país, preguntando a todo aquel que encontraba sobre el unicornio dorado.

Un día, mientras pasaba por un pueblo, un anciano le habló de un lugar sagrado donde el unicornio dorado había sido visto por última vez. Entusiasmado, Carlos decidió que debía ir allí para buscarlo.

Después de varios días de empujar su cuerpo cansado hacia el territorio del unicornio dorado, finalmente llegó a un lugar remoto. Allí, en medio de la nada, encontró una charca cristalina. Se acercó y, mirando el agua, vio reflejado el dorado pelaje del unicornio dorado.

Conmocionado, Carlos quedó allí en silencio, observando al unicornio dorado. Fue entonces cuando escuchó una voz suave detrás de él que le preguntó qué deseaba. Carlos guardó silencio, incapaz de hablar. La voz suave preguntó de nuevo: ¿Qué deseas?

Finalmente, Carlos habló. Dijo que estaba buscando la felicidad en su vida. El unicornio dorado lo miró a los ojos y le habló en voz baja. Le dijo que la felicidad no estaba afuera, sino adentro. Le recordó todo lo que tenía por qué estar agradecido en su vida. Carlos sabía que decía la verdad.

Cuando Carlos se alejó de la charca, se detuvo por un momento para mirar hacia atrás. Podía ver a través de los árboles y de entre las hojas que el unicornio dorado había vuelto a su hogar. Carlos se llenó de gratitud por la experiencia que acababa de tener.

Érase una vez, otra búsqueda del unicornio dorado. Esta vez fue en busca de un niño llamado Ben, que poseía un corazón tan puro que atraía la atención del unicornio dorado. Había oído hablar del animal y estaba muy motivado para encontrarlo y hacerle compañía.

Ben viajó por los campos y bosques, buscando en cada esquina y en cada rincón del reino donde no había nada que estuviera escondido. Hasta que finalmente llegó a un claro. Allí se topó con un unicornio dorado de pelaje dorado y reluciente.

Ben se emocionó al instante, y corrió hacia el unicornio, para abrazarlo. Pero el unicornio dorado lo detuvo. Le explicó que no se podía tocar, pero que sí podrían pasar tiempo juntos en el claro.

A partir de entonces, Ben visitó al unicornio dorado todos los días. Pero lo que más disfrutaba cuando pasaba tiempo con él era hablarle sobre sus días y aventuras. El unicornio escuchaba todo con atención y paciencia.

Cada vez que Ben dejaba el claro, regresaba a casa con una sonrisa en el rostro. Sabía que estaba agradecido por tener a alguien a quien contarle sus cosas, y por tener una experiencia tan increíble.

Y así, después de estas historias, podemos ver que la búsqueda del unicornio dorado no fue solo una aventura, sino una experiencia de vida. Cada buscador encontró lo que necesitaba: un deseo, un recordatorio y una conexión. El unicornio dorado nunca falló en su promesa de conceder deseos a aquellos que lo encontraban.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
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