La búsqueda del fantasma del circo. Érase una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, un circo había llegado. Se trataba de un circo muy especial ya que todos los artistas eran fantasmas. ¡Sí, fantasmas! Y aunque para algunos esto podría ser algo aterrador, para los niños del pueblo era la atracción más emocionante que hubieran visto.
Los niños y niñas se sentaban en la primera fila, ansiosos por ver las acrobacias y trucos que hacían estos fantasmas. Pero algo extraño sucedía en el circo. Cada vez que alguien intentaba acercarse a los fantasmas, estos desaparecían y se esfumaban. Nadie podía tocarlos, ni hablar con ellos, ni siquiera verlos de cerca.
Por más que los vecinos del pueblo intentaban hablar con los dueños del circo, estos aseguraban que no sabían nada de esta extraña desaparición de los artistas fantasmas. Los niños, que seguían fascinados, decidieron investigar por su cuenta. Se reunían en los parques y plazas del pueblo para trazar un plan para encontrar al misterioso fantasma que se escondía en el circo.
Un día, mientras jugaban al escondite, descubrieron que si cerraban los ojos, sus amigos desaparecían. Fue entonces cuando recordaron que los fantasmas solo aparecían cuando cerraban los ojos. Decidieron que necesitaban un adulto para ayudarles en esta aventura y acudieron al único adulto que sabían que les entendería: la bibliotecaria del pueblo.
La bibliotecaria era una mujer sabia y siempre tenía las respuestas a todas las preguntas de los niños. Les contó que había una manera de hablar con fantasmas y que ella sabía cómo hacerlo. Les explicó que, en el mundo de los fantasmas, había un lugar que se llamaba El Reino de las Sombras, donde los fantasmas podían ser vistos por los vivos. Y que, para entrar en ese mundo, necesitaban un objeto mágico, algo que fuera valioso para los fantasmas.
Los niños tenían que encontrar un objeto especial, algo que un fantasma considerara muy valioso. Así que se pusieron manos a la obra y buscaron algo que pudiera servirles. Pasaron días buscando y rebuscando en todos los rincones del pueblo hasta que, por fin, encontraron un objeto que podía ser el indicado: un juego de malabares que siempre había adornado el escenario del circo. Era un regalo que el fundador del circo le había hecho a uno de los artistas hace muchos años, antes de su muerte.
El plan era simple: los niños llevarían el juego de malabares al circo y lo dejarían en uno de los camerinos de los fantasmas. Si tenían suerte, alguno de los artistas se daría cuenta del objeto valioso y se sentiría en deuda con los niños, lo que les permitiría hablar con ellos para hacerles la famosa pregunta: ¿Por qué desaparecían?
Así que, esa misma noche, esperaron a que todos los visitantes del circo se fueran y se colaron en el lugar. Como eran niños astutos, lograron llegar al camerino de los fantasmas sin ser detectados. Uno de ellos abrió la puerta y, con mucho cuidado, dejaron el juego de malabares en el medio de la habitación. Entonces cerraron la puerta y corrieron de vuelta a casa, esperando que su plan funcionara.
A la mañana siguiente, los niños volvieron al circo para ver si el objeto había sido encontrado. Para su sorpresa, uno de los artistas se acercó a ellos. Era un payaso, pero no parecía muy feliz. Les preguntó con mal genio qué hacían allí. Los niños se pusieron nerviosos, pero no querían rendirse. Le explicaron que habían dejado un regalo para los fantasmas, un objeto muy especial que esperaban que los ayudara a entender por qué desaparecían.
Al payaso fantasma pareció agradarles la respuesta. Miró hacia el objeto que habían dejado en el suelo, luego alzó la vista y les habló con solemnidad: “Los fantasmas desaparecemos porque no podemos estar en este mundo por siempre. Todos debemos partir en algún momento, pero mientras tanto, hacemos lo que más amamos: asombrar a los vivos y hacerlos felices. Pero de vez en cuando necesitamos descansar. Así que, si alguna vez no nos ven, es porque estamos descansando en el Reino de las Sombras. Pero siempre volvemos”.
Los niños escucharon con atención, asintiendo con la cabeza con respeto. Habían encontrado su respuesta. La búsqueda del fantasma del circo había culminado, pero la pregunta que los había llevado allí había sido respondida. Ellos entendían ahora que los fantasmas hacían lo que amaban, pero también necesitaban su propio tiempo para descansar.
Ahora los niños disfrutaban del circo queriendo cada vez más a los artistas, guardando en secreto el secreto que les hacía ver todo de otra forma, y que sólo conocían unos pocos: que los fantasmas también necesitan descansar.