La aventura de la tolerancia. Érase una vez, en un pequeño pueblo, un grupo de amigos muy distintos entre sí. Había una niña llamada Lola, cuyo color de piel era oscuro y brillante como el chocolate. También estaba Rafa, un niño alto y delgado de origen hispano. Por último, estaba Ana, una niña inteligente de cabello rizado y ojos color miel. Los tres eran muy buenos amigos a pesar de tener muchas diferencias.
Un día, mientras caminaban por el pueblo, se toparon con un hombre muy enfadado. Este hombre parecía estar muy molesto por algo y empezó a insultar a todas las personas que se le cruzaban en su camino, sin importar su raza, género o cultura. Los tres amigos se sintieron muy tristes al ver esto. No podían entender por qué este hombre hablaba así de las personas y no podían creer que la gente fuera tan cruel.
Esa noche, los tres amigos se reunieron para hablar sobre el suceso. Empezaron a darse cuenta de que las diferencias eran lo que hacía especial a cada persona y que no había nada malo en ser diferentes. Decidieron que debían hacer algo para mostrar a la gente que la diversidad era algo que debía ser celebrado y no odiado.
Después de muchas conversaciones, finalmente llegaron a una idea. Decidieron organizar un evento que celebrara la diversidad. Invitaron a todo el pueblo y animaron a todos a asistir con comida típica de sus culturas. También invitaron a un grupo de músicos que tocarían canciones de diferentes géneros.
El día del evento finalmente llegó. La plaza del pueblo estaba llena de gente de todas las culturas y razas. Había comida mexicana, italiana, china y muchas otras. Todos compartieron sus platillos y las risas llenaron la plaza.
Cuando empezó la música, todos los niños corrieron hacia el centro de la plaza. Rafa, Ana y Lola se quedaron parados por un momento, observando la maravillosa vista. Había niños y niñas bailando juntos, acercándose sin importar cuán diferentes fueran de los demás.
Entonces un chico de menor edad saltó hacia ellos y les preguntó si querían unirse a un partido de futbol que había organizado. Lola, Rafa y Ana rápidamente aceptaron y corrieron hacia el partido. Ellos jugaron con el joven y con otros niños del pueblo. No importaba cuán diferentes fueran, todos se divirtieron juntos.
Después de una larga tarde de juegos y música, todos se reunieron en el centro de la plaza para una foto. Todos estaban felices, sonreían y se abrazaban. Ana, Lola y Rafa se sintieron tan felices al ver a todas las personas diferentes reunidas, juntas y felices.
Lola dijo con una sonrisa: «¿Recuerdan al hombre enfadado que encontramos en la calle hace algunos días? Parece que ha perdido el tiempo insultando a las personas en lugar de unirse a esta fiesta con nosotros.»
Los amigos vieron que las diferencias no importaban, y que todos éramos iguales, excepto por nuestra cultura, raza y género, que hacían especiales a cada uno frente del otro.
Desde ese día, en adelante, el pueblo se convirtió en un lugar más amable y las personas se trataron con respeto, sin importar cuán diferentes fueran. Las discusiones y prejuicios quedaron de lado y todos aprendieron a valorar a las personas por lo que eran realmente.
Y así, Ana, Lola y Rafa, aprendieron que la tolerancia y aceptación de las personas diferentes a uno mismo permiten celebrar la diversidad. Y así, aprenden que vivir en un mundo tolerante y compasivo puede ser una aventura emocionante para todos nosotros.