El valor de la diversidad cultural

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El valor de la diversidad cultural
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El valor de la diversidad cultural. Érase una vez, en un lejano pueblo rodeado de montañas, vivían muchos niños y niñas de diferentes culturas y orígenes.

Había un grupo de amigos que se encontraba todos los días en la plaza central para jugar. Si bien eran muy diferentes entre sí, se divertían juntos y no importaba su origen. Los días parecían iguales y todo era felicidad.

Un día, vino un grupo nuevo de niños a la plaza. Eran de una cultura distinta y no hablaban el mismo idioma que el resto de los niños. Al principio, los niños de la plaza sintieron miedo y curiosidad por estos recién llegados. Pero luego, sintieron que eran diferentes y no sabían cómo interactuar con ellos.

Los nuevos niños intentaban jugar, pero se sentían excluidos del grupo y poco a poco se alejaban. Con el paso de los días, los niños de la plaza comenzaron a sentir que algo no estaba bien. A pesar de que habían conseguido nuevas caras para sus juegos, no podían evitar sentir un vacío en la plaza.

Fue entonces cuando una niña, llamada Ana, decidió hacer algo al respecto. Ana aseguraba que todos se merecían ser saludados, sin importar de dónde venían. Había comenzado a aprender nuevas palabras para hablar con los nuevos amigos. Como la niña más valiente de la plaza, ella sentía que debía ayudar a integrar a los nuevos vecinos.

Empezó a saludarlos todos los días y les mostraba cómo jugaban los juegos. Los otros niños fueron uniendo, después de ver que Ana no le importaba pertenecer a una u otra cultura. Finalmente, todos comenzaron a hablar juntos poco a poco, aprendiendo palabras nuevas del idioma del otro.

Con la ayuda de Ana, se dieron cuenta de que la diversidad cultural era una fuerza agregada a su plaza. La diferencia podía llegar a ser muy útil y que, entre distintas culturas, eso significaba nuevas ideas, más enriquecedoras y amplias para los juegos. Cada uno tenía habilidades increíbles para mostrar y todos debían trabajar juntos como un equipo.

Por último, se propuso hacer algo especial para integrar a la nueva cultura de los niños. Una tarde, quisieron demostrar que no importaban las diferencias, que ellos también podían aprender algo nuevo de los recién llegados. Estos jóvenes habían aprendido un baile increíble, que incluía acrobacias al interior del mismo, muy colorido y fascinante. Querían que sus nuevos amigos les enseñaran cómo bailarlo.

Estaba claro que este baile era muy distinto a cualquier otro que habían hecho en la plaza. Pero, con el apoyo de Ana, lograron aprenderlo en un tiempo muy corto. Al final, lo hicieron lo mejor que pudieron y bailaron juntos, todos. El baile fue fabuloso y cada niño sintió que había aprendido algo nuevo.

Aprendieron que sus diferencias eran un tesoro invaluable. Que todos podían ser iguales y que era algo enriquecedor, un verdadero regalo. Descubrieron más habilidades, prendieron palabras que no sabían y vieron otro tipo de baile. Y todo por la valentía de una niña llamada Ana.

Así pues, la plaza se llenó de felicidad de nuevo. Había una atmósfera de inclusión, y los recién llegados se sentían queridos y bien recibidos. Los niños se dieron cuenta de lo maravilloso que era tener amigos de diferentes culturas y comenzaron a valorar mucho más la diversidad.

Entendieron que el valor de la diversidad cultural no estaba solo en la diferencia, sino en la riqueza que podía dar al grupo. Y así, la plaza se convirtió en un lugar donde ninguna cultura tenía más valor que otra, y se convertía en un reflejo de lo que la sociedad podía llegar a ser alguna vez.

Este fue el valor que los amigos de la plaza quisieron transmitir a los nuevos miembros. Que todos eran respetados por igual, sin importar de dónde venían. Que sus vidas podía llegar a ser tan interesantes como la propia, que juntos podían aprender mucho más. Y confiaban en que esto era un lección que nunca olvidarían.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
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