El tesoro de los mayas

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El tesoro de los mayas
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El tesoro de los mayas. Érase una vez en la selva de Yucatán, tres amigos llamados Manuel, Juan y Ana que se embarcaron en una aventura para encontrar el tesoro de los mayas que se rumoreaba estaba oculto en la selva.

Los tres amigos habían escuchado muchas historias sobre el tesoro de los mayas. Contaban que los antiguos mayas escondían su oro y riquezas en algún lugar secreto de la selva para protegerlo de los invasores. Manuel, Juan y Ana, emocionados por la oportunidad de encontrar el tesoro, investigaron detalladamente los mapas antiguos y las leyendas locales para dirigirse a su destino.

Después de varias semanas de viaje, finalmente llegaron a una pequeña aldea cercana a la selva. Allí conocieron a un anciano sabio que les habló sobre la leyenda del tesoro de los mayas.

Cuenta la leyenda que el tesoro de los mayas está escondido en algún lugar de la selva, detrás de las montañas sagradas donde las aves no vuelan y los ríos corren al revés. El anciano les advirtió que la búsqueda del tesoro no sería fácil, que debían tener mucho cuidado, pues la selva es peligrosa y misteriosa.

Manuel, Juan y Ana continuaron su camino hacia las montañas sagradas, siguiendo las instrucciones del anciano. Después de caminar durante horas, llegaron a una gran pared de roca. En el centro de la pared había un túnel oscuro que los llevó a una cueva subterránea. En el suelo de la cueva, había una trampa que casi les costó la vida, pero lograron salir ilesos.

Finalmente, llegaron a una gran cámara llena de tesoros y joyas doradas. En el centro de la habitación, encontraron una estatua de jade que parecía ser la llave que abriría el siguiente escondite de oro y joyas.

De repente, escucharon un ruido en la entrada del túnel y vieron a los guardianes de la selva, los jaguares, acercándose lentamente hacia ellos. Manuel, Juan y Ana rápidamente agarraron sus armas y se prepararon para luchar. Pero, en vez de atacar, los jaguares se sentaron pacíficamente en un rincón de la habitación. Parecían entender que los tres amigos no eran una amenaza para su hogar y decidieron permitirles seguir adelante.

Los tres amigos siguieron avanzando en la búsqueda del tesoro. Encontraron una segunda cámara que estaba llena de más tesoros. Pero, de repente, una enorme serpiente apareció delante de ellos. Era una de las criaturas más peligrosas de la selva de Yucatán, la serpiente emplumada que aterrorizaba a los aldeanos.

Manuel, Juan y Ana se asustaron al ver a la enorme serpiente, pero recordaron las palabras del anciano sabio y mantuvieron la calma. Con valentía, buscaron una solución para no ser atacados. De repente, recordaron que los antiguos mayas veneraban a la serpiente emplumada como un Dios. Decidieron honrarla y rendirle homenaje para permitirles pasar.

Con una ofrenda de flores y frutas, honraron a la serpiente. El animal gigante los miró fijamente, luego asintió con la cabeza y desapareció en la oscuridad. Manuel, Juan y Ana pasaron a la tercera cámara donde encontraron un gran cofre lleno de monedas de oro.

A pesar de su éxito en la búsqueda del tesoro, la aventura no terminó ahí. A medida que se acercaban al final del camino, debían enfrentarse a sus mayores miedos. Encontraron la última trampa, una pared de roca que se movía para cerrar el camino. Con astucia, Ana logró solucionar el enigma y la pared se abrió de nuevo, permitiéndoles pasar.

Finalmente, llegaron al último y más grande de todos los escondites. Allí, encontraron un gran círculo de piedra que parecía ser un altar. Era un lugar sagrado en el que los antiguos mayas rendían homenaje a su Dios. En el centro había una fuente de agua cristalina que parecía ser el último desafío para los tres amigos.

De repente, de la nada, apareció el sacerdote de los mayas. Les advirtió que la fuente de agua era sagrada, y que si no la respetaban, sufrirían grandes consecuencias. La fuente contenía una gran esmeralda que marcaba el fin de la aventura.

Manuel, Juan y Ana, con la esperanza de poder llevarse la esmeralda, ignoraron al sacerdote y se apresuraron para tomarla. Pero de repente, la fuente empezó a temblar y a derramar su agua en todas partes. Se oyó un gran trueno y el sacerdote les gritó que habían desafiado al Dios de los mayas.

De repente, se abrió un gran agujero en el suelo y los tres amigos se deslizaron hacia abajo en una corriente de agua cristalina. Se encontraron en una cueva oscura y fría, pero lograron salir gracias a su espíritu de lucha y determinación.

Finalmente, cuando estaban fuera de la cueva, se dieron cuenta de que habían fallado en su búsqueda del tesoro. No habían encontrado el tesoro de los mayas, pero habían aprendido algo más importante. Habían descubierto una gran riqueza interior y habían encontrado la amistad y la camaradería en su aventura.

Después de un largo viaje de regreso a casa, se dieron cuenta de que el verdadero tesoro de los mayas era la lección que habían aprendido. No importaba cuánto oro o joyas poseyeran, lo más importante eran las relaciones verdaderas y encontrar la felicidad en su viaje.

Desde ese día, Manuel, Juan y Ana se convirtieron en grandes amigos, felizmente recordando sus aventuras en la selva de Yucatán y la búsqueda del tesoro de los mayas.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
El tesoro de los mayas
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