El Príncipe y el Laberinto de los Espejos

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El Príncipe y el Laberinto de los Espejos
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El Príncipe y el Laberinto de los Espejos. Érase una vez, en un lejano reino, un príncipe llamado Tomás. El joven príncipe era muy admirado por la gente de su reino por su valentía y su inteligencia. Sin embargo, Tomás era muy vanidoso y siempre buscaba la manera de ser el centro de atención.

Un día, el príncipe escuchó hablar de un laberinto de espejos que se encontraba en una zona lejana del reino. Según la leyenda, este laberinto tenía la capacidad de reflejar la verdadera imagen de las personas que se aventuraban a cruzarlo.

Tomás, fascinado por la idea de poder ver su imagen verdadera, decidió emprender el viaje hacia el laberinto de los espejos. Con su espada al cinto y su corona en la cabeza, partió en busca de esta maravilla.

Tras varios días de travesía, finalmente llegó al lugar donde se encontraba el imponente laberinto. El príncipe se adentró valientemente en él, seguro de que encontraría su verdadero reflejo y se haría aún más admirado por su pueblo.

Sin embargo, a medida que avanzaba por los diferentes pasillos, Tomás comenzó a dudar de su valía. Los espejos le devolvían imágenes grotescas y deformes de sí mismo. Se dio cuenta de que su vanidad no le permitía ver su verdadero yo.

Tras varias horas caminando entre los espejos, el príncipe se encontró ante un gran espejo que no lo devolvía como monstruo sino con claridad. Sin embargo, lo que vio en él no fue su imponente imagen, sino la imagen de un chico triste y vacío.

Frustrado y abrumado, Tomás abandonó el laberinto sin ver su verdadero reflejo. Mientras caminaba de regreso a su castillo, recordaba con remordimiento su arrogancia y su falta de humildad.

Una mañana, mientras paseaba por los jardines del castillo, se encontró con una niña hermosa y humilde que estaba recogiendo flores. Ella le sonrió, y a pesar de que no tenía nada que ofrecerle materialmente, Tomás se sintió atraído por su alegría y sencillez.

Durante semanas, Tomás y la niña se conocieron mejor. Él se alegraba por haber encontrado a alguien tan diferente y tan valioso. A través de ella, Tomás aprendió a valorar otro tipo de cosas en la vida, distinta a las riquezas y posesiones que había creído necesarias hasta entonces.

Tomás se dio cuenta de que lo que más apreciaba era la bondad, la sabiduría y la amistad de su nueva amiga; que lo que lo hacía feliz era ayudar y hacer sonreír a las personas a su alrededor.

Toda su gente se sorprendió al ver al príncipe cambiar de actitud. Ya no era el mismo chico vanidoso y arrogante que pensaba que lo había tenido todo. Ahora era un príncipe humilde y servicial, que trabajaba duro por su reino y su pueblo.

Con el tiempo, todos los ciudadanos reconocieron el cambio en Tomás y lo honraron como un líder justo y sabio.

Y así, en lugar de haber encontrado el reflejo de su verdadero yo en el laberinto de espejos, lo encontró a través de su amistad con una humilde niña y su propia decisión de cambiar.

El príncipe se había transformado de egoísta a generoso, de arrogante a humilde y de débil a fuerte. Y eso, aunque más difícil de conseguir que el ver su imagen en un espejo, era mucho más valioso.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
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