El Príncipe y el Árbol Mágico. Érase una vez en un reino lejano, un joven príncipe llamado Eduardo. Eduardo era un príncipe muy especial, no quería ser un rey como los que habían sido antes que él, no le gustaba la idea de tener mucho poder y dinero, lo que realmente le gustaba era explorar los bosques y conocer gente nueva.
Cada vez que Eduardo se perdía en el bosque, se encontraba con un árbol mágico. El árbol era muy alto, tenía hojas verdes brillantes y se movía como si tuviera vida propia. Un día, mientras caminaba por el bosque, Eduardo se topó con el árbol mágico una vez más.
– Hola, Árbol Mágico, – saludó Eduardo. – ¿cómo estás hoy?
– Hola, Príncipe Eduardo, estoy bien, gracias por preguntar. ¿Te gustaría que te mostrara algo?
– ¡Sí, por favor! – dijo Eduardo emocionado.
De repente, el árbol mágico comenzó a moverse y a voltear sus ramas. Eduardo no podía creer lo que veía, el árbol mágico estaba creando una casa con sus ramas.
– ¡Está casa es tuya! – dijo el Árbol Mágico.- Espero que la disfrutes.
Eduardo estaba emocionado, nunca había tenido su propia casa antes. Ahora él podría venir al bosque y quedarse allí cuando quisiera.
Desde entonces, Eduardo y el árbol mágico se convirtieron en los mejores amigos, se reunían todas las semanas y se contaban historias sobre sus vidas y aventuras.
Un día, Eduardo llegó al bosque y se encontró con que las hojas del árbol mágico estaban marrones y caídas. Eduardo se asustó y corrió para buscar al hada del bosque, ella sabía todo sobre la vida de los árboles.
– Hada del bosque, el árbol mágico está enfermo, ¿puedes ayudarlo?
– Sí, Príncipe Eduardo, puedo ayudarlo, pero necesito tu ayuda. – dijo el Hada del bosque.
El Hada del bosque y Eduardo se pusieron manos a la obra. Removieron la tierra alrededor del árbol mágico y encontraron un nudo grande en las raíces. ¡Oh, no! El nudo había cortado el suministro de agua del árbol mágico, haciéndolo enfermar.
– Príncipe Eduardo, necesitamos deshacernos del nudo para salvar el árbol mágico. – Dijo el Hada del bosque.
– Pero, ¿cómo lo haremos? – preguntó Eduardo.
– Podemos ir a la ciudad para encontrar una sierra para cortar la dura madera que forma el nudo. Pero debemos hacerlo rápidamente antes de que sea demasiado tarde.
Eduardo y el Hada del Bosque salieron corriendo en busca de la sierra. Pasaron los días cortando el nudo, hasta que finalmente lo obtuvieron. Afortunadamente el árbol mágico comenzó a recuperarse muy rápido.
– ¡Gracias, Príncipe Eduardo! Has salvado mi vida. Ahora, como puedes ver, mi árbol está sano de nuevo – dijo el árbol mágico.
– No podría haberlo hecho sin la ayuda de mi amigo el Hada del Bosque. Los dos hemos trabajado juntos para salvarte. – dijo Eduardo.
El árbol mágico se sintió agradecido por el apoyo y la amistad que Eduardo y el Hada del Bosque le habían brindado en un momento de necesidad. Siempre sonreía y recordaba el buen trabajo que habían hecho juntos.
Desde entonces Nuestro príncipe siempre visitaba al árbol mágico, el cual se había convertido en su mejor amigo. Eduardo aprendió que la amistad es lo más importante en la vida y que debemos ayudarnos y cuidarnos unos a otros.
Y así, la amistad mágica entre un Príncipe y un Árbol creció y se fortaleció.