El niño y la flor marchita. Érase una vez un niño llamado Juanito que amaba jugar en los jardines del parque cercano a su casa. Todos los días, después de la escuela, corría hacia el parque y se divertía con sus amigos. Pero, un día, mientras estaba corriendo por el parque, algo llamó su atención.
En el jardín cercano, había una flor solitaria y marchita. Juanito se preguntó por qué la flor estaba tan triste y decidió acercarse a ella para investigar.
– ¿Qué te pasa, pequeña flor? – preguntó Juanito, inclinándose hacia ella.
– Estoy triste porque nadie me presta atención – respondió la flor con voz apenas perceptible.
Juanito se sorprendió al escuchar la respuesta de la flor, pero decidió ayudarla. Se acercó a ella y le acarició los pétalos. La flor empezó a sentirse mejor al instante.
– ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás sola? – preguntó Juanito.
– No sé, los demás se van sin prestarme atención y me siento sola y triste – respondió la flor.
Juanito entendió lo difícil que era sentirse solo y triste, así que decidió hacer algo al respecto. Se dedicó a visitar a la flor todos los días, le hablaba y la cuidaba, le dijo chistes y le contaba historias. La flor se sintió tan feliz y agradecida que empezó a hablar con las demás flores del jardín.
– ¡Miren a Juanito, él es tan amable! – dijo la flor animada.
Las demás flores del jardín de repente notaron la belleza de la flor marchita y comenzaron a acercarse a ella. Empezaron a hablar y a reír juntas, y Juanito se sintió feliz al verlas juntas.
Pasaron los días, las semanas y los meses, y la flor marchita se transformó en una flor hermosa. Los pétalos empezaron a crecer y a brillar, y su color rojo intenso se convirtió en el más vibrante de todo el jardín. Las demás flores del jardín se dieron cuenta de que la flor marchita era tan valiosa como cualquier otra.
Un día, Juanito se dio cuenta de que era hora de que la flor estuviera en su hogar original, en un jardín donde pudiera ser apreciada y querida. Así que con su pequeña pala la desenterro y la llevó a su casa, donde la plantó en su jardín.
La flor marchita rápidamente se adaptó a su nueva casa, y creció aún más hermosa y vibrante. La sonrisa en la cara de Juanito crecía cada vez que veía la flor, orgulloso de haberla salvado y de haber ayudado a que se conviertiera en la flor más linda del barrio.
Con el tiempo, el jardín de Juanito se convirtió en el más hermoso del barrio, no solo gracias a la flor marchita, sino también a las flores que Juanito cuidaba con amor y empatía.
Y esa fue la historia de cómo Juanito aprendió la importancia de la empatía y cómo incluso las cosas más pequeñas pueden tener belleza y utilidad en el mundo. La empatía le permitió reconocer y ayudar a la flor marchita, y eso mejoró no solo la vida de la flor, sino también la suya propia.
Desde ese día en adelante, Juanito prometió mantener su amor y empatía hacia todo lo que lo rodeaba, y su jardín se convirtió en un cubo de amor y bondad en la vecindad.
Y esa es la historia de la flor marchita y Juanito, la demostración de que cuidar a los demás y sentirnos por ellos no solo enriquece al otro, sino también nuestra vida propia.