El niño que se enfrentó a los estereotipos. Érase una vez un niño llamado Tomás que vivía en una pequeña aldea rodeada de montañas. Tomás era un niño amable y valiente al que le encantaba explorar el bosque y jugar con sus amigos. Pero, a pesar de que era muy feliz, había algo que lo hacía sentir incómodo.
La mayoría de las personas de su aldea, incluyendo a sus amigos, pensaban que había cosas que los niños debían hacer y cosas que las niñas debían hacer. Los niños podían ser rudos y jugar con armas de juguete, mientras las niñas debían jugar con muñecas y vestidos bonitos. Tomás no estaba de acuerdo con eso, ya que le gustaba jugar con sus amigos, sin importar el género de ellos, y no se sentía cómodo con esa división artificial que limitaba las actividades que podían hacer los niños o las niñas.
Un día, Tomás decidió explorar el bosque por sí solo. Había oído lo aterrador que podía ser estar allí, pero estaba decidido a enfrentarse a su miedo. Pronto, encontró a una niña que estaba llorando sola en medio del bosque. La niña era de una aldea cercana y se había perdido. Tenía miedo y no sabía cómo regresar a su casa. Tomás sabía cómo ayudarla.
Tomás la llevó a su casa y la presentó a sus padres. Los padres de Tomás le ofrecieron a la niña un lugar para quedarse y la ayudaron a regresar a su casa al día siguiente. A partir de ese momento, Tomás y la niña se hicieron buenos amigos y comenzaron a explorar juntos el bosque todos los días.
Un día, mientras jugaban juntos, llegaron a una parte del bosque donde se habían reunido todos los niños de la aldea. Estaban celebrando el cumpleaños de otro niño y todos estaban en juegos separados por género, a los que los niños invitados tenían que unirse de acuerdo a su género. La niña se sintió excluida y le preguntó a Tomás sobre el lugar al que ella pertenecía. Tomás le explicó que no había un lugar separado para ella debido a su género.
La niña se sorprendió y se sintió feliz de saber que todos podían sumarse a cualquier juego y que no había juegos específicos para niños o niñas. Ella se unió a un juego que nunca había jugado antes y se divirtió mucho.
Desde entonces, Tomás comenzó a hablar con sus amigos y vecinos sobre la importancia de no etiquetar las actividades y de permitir que todos se uniesen a las actividades que quisieran, sin importar si eran niños o niñas. Poco a poco, algunos de sus amigos comenzaron a cambiar su pensamiento y empezaron a jugar juntos sin importar el género, lo que hizo que la aldea se convirtiera en un lugar más justo y agradable para todos los niños.
Un día, mientras exploraban el bosque, encontraron a un grupo de niños de otra aldea que tenían piel oscuras. Unos días después, los niños de la aldea comenzaron a burlarse de ellos, llamándolos “extranjeros” y “diferentes”. Tomás recordó cómo se sintió su amiga cuando se sintió excluida, y decidió que no podía dejar que esto continuara.
Tomás habló con sus amigos y les explicó que todos eran de la misma forma, no importando el color de piel y las diferentes culturas. Les contó que siempre había cosas en las que podían aprender unos de otros y hacer que la vida sea más divertida, interesante y agradable.
Poco a poco, sus amigos también entendieron lo importante que era la diversidad y comenzaron a tratar a los niños de la otra aldea con amistad y respeto. La aldea se convirtió en un lugar aún más maravilloso, con muchos niños que se unían y compartían sus experiencias juntos.
Tomás se sintió feliz de saber que había hecho una diferencia en el pensamiento y las acciones de sus amigos y vecinos. Supo que ellas y ellos no solo habían aprendido el valor de respetar y aceptar la diversidad, sino que unieron sus fuerzas para hacer un lugar aún mejor para todos.
Y así, Tomás se convirtió en el niño que se enfrentó a los estereotipos y enseñó a su comunidad la importancia de aceptar y valorar la diversidad y el respeto por todos. En su aldea, no había diferencia entre los niños, niñas, extranjeros o unas culturas distintas, solo eran niños y niñas felices que se unían y se divertían juntos.