El Monstruo del Valle de la Desesperación. Érase una vez, en el Valle de la Desesperación, donde todo era oscuro y tenebroso, que ningún animal osaba acercarse. La gente del pueblo solía hablar en susurros sobre el monstruo que vivía allí, el Monstruo del Valle de la Desesperación. Nadie sabía cómo era, pero todos lo temían.
Un día, una niña llamada Sofía, decidió aventurarse en el Valle de la Desesperación para ver si podía encontrar al Monstruo del Valle de la Desesperación. Sabía que era peligroso, pero también sabía que si no lo intentaba nunca lo sabría.
Sofía caminó con cuidado por el valle, esquivando las rocas y la vegetación. Al principio, estaba asustada. Pero poco a poco, ese miedo se transformó en un entusiasmo. Finalmente había encontrado algo que nadie más había encontrado. Algo emocionante.
A medida que avanzaba, el valle se hacía más oscuro y más tenebroso. Sofía podía oír los susurros del viento entre los árboles. Los arbustos temblaban cerca de ella y ella sabía que no había viento. Entonces, ¿qué era eso? Era como si algo o alguien la estuviera siguiendo.
Sofía se detuvo y escuchó con atención. Podía escuchar las pisadas detrás de ella. Dudosa, se volvió, pero no había nada allí. Fue entonces cuando escuchó un rugido. Empezó a correr, pero no podía escapar. Estaba atrapada.
El Monstruo del Valle de la Desesperación apareció ante ella. El monstruo era alto y delgado, con ojos rojos brillantes y garras afiladas. No podía respirar. Sofía estaba aterrada y paralizada.
Pero entonces, el Monstruo del Valle de la Desesperación comenzó a hablar. «¿Quién eres tú y qué haces aquí?» preguntó el monstruo en una voz profunda. No había malicia en esa voz, al contrario.
Un poco más calma, Sofía le explicó que solo estaba curioseando y que no tenía intención de hacer daño. El monstruo escuchó atentamente y luego dijo: «Sé lo que se siente. Yo también sentía curiosidad cuando era pequeño. Pero todos me temen porque no me conocen. Soy diferente a ellos».
Sofía miró al Monstruo del Valle de la Desesperación y se dio cuenta de que tenía razón. No sabía nada de él. Era diferente, pero eso no significaba que fuera malvado.
Luego el monstruo se presentó: «Soy Malo, el Monstruo del Valle de la Desesperación. Me llaman así porque soy diferente. Al principio, me dolía que la gente me juzgara, pero aprendí a no preocuparme por lo que los demás piensan de mí. Y tú, ¿tienes un nombre?»
«Sofía», respondió ella tímidamente.
Malo notó la expresión de miedo en el rostro de Sofía y le preguntó que le preocupaba. Sofía explicó que tenía miedo de lo que la gente pensara de ella, también. No quería ser juzgada y rechazada.
Malo pensó un momento y luego dijo: «Sofía, déjame mostrarte algo». La llevó a través del valle hasta un pequeño arroyo. Allí, Malo se inclinó y recogió una piedra.
«¿Qué ves?» le preguntó.
«Una piedra común», respondió Sofía.
«Pero, ¿puedes voltearla y mostrarme qué hay debajo?» preguntó Malo.
Sofía volteó la piedra para revelar pequeñas hormigas y otros insectos. «Pasé por aquí muchas veces y nunca me di cuenta de los insectos debajo de la piedra», dijo ella.
«Así es como las personas son. Solo ven lo que quieren ver, y nunca miran más allá de la superficie. Siempre habrá aquellos que teman lo que es diferente porque nunca ven lo que hay debajo de la superficie. Pero eso es porque tienen miedo de lo desconocido».
Sofía se dio cuenta de que Malo era diferente pero no malvado. En realidad, era una criatura muy amigable. A partir de ese día, comenzó a visitar al Monstruo del Valle de la Desesperación y juntos comenzaron a explorar el valle. Sofía aprendió que no debía tener miedo a lo desconocido y el Monstruo del Valle de la Desesperación aprendió que no todos son malos.
Las personas del pueblo aún hablan del Monstruo del Valle de la Desesperación, pero ahora saben que no es algo para temer, sino para conocer y aprender. Sofía dejó una enseñanza memorable a todas las personas: no debemos tener miedo de lo diferente, lo que debemos hacer es conocerlo.