El Monstruo del Laberinto de la Desesperanza. Érase una vez un laberinto escondido en las profundidades del bosque. A pesar de que era famoso por su belleza y diversión, pocos se atrevían a explorarlo por miedo a perderse en él. Este laberinto era famoso por tener un oscuro secreto, que solo se había contado en voz baja y entre susurros.
Se decía que en el centro del laberinto, habitaba el Monstruo del Laberinto de la Desesperanza, una criatura temida por todos aquellos que se atrevían a ingresar. El Monstruo era el guardián del laberinto, el protector de su secreto, y se decía que era capaz de hacer que cualquier visitante se perdiera en su laberinto para siempre.
Un día, un grupo de niños deseosos de aventura entraron en el bosque. Al reconocer el laberinto, se sintieron atraídos por su belleza y se aventuraron a explorarlo. Los niños gritaban y reían mientras avanzaban por el laberinto, pero cuando llegaron al centro del laberinto, las risas se detuvieron. Allí, en el medio del espacio abierto, estaba El Monstruo del Laberinto de la Desesperanza.
El Monstruo era más temible que cualquier cosa que los niños hubieran visto antes. Era gigante, con escamas oscuras y largas garras afiladas. Los niños temblaban de miedo, conscientes de que estaban en peligro. El Monstruo se acercó a ellos lentamente, dejando escuchar su ronco gruñido.
«¿Por qué has venido aquí?» Preguntó El Monstruo, su voz resonando en el laberinto.
«Tuvimos curiosidad», dijo uno de los niños. «Queríamos ver lo que hay en el centro del laberinto.»
El Monstruo gruñó, sus ojos brillando en la oscuridad. «Nadie viene aquí sin una razón», dijo. «¿Qué quieren de mi?»
«No queremos nada de ti», dijo otro de los niños. «Solo queríamos ver el laberinto y tener una aventura.»
El Monstruo estudió a los niños durante un momento. Parecía que estaba decidiendo si debería dejarlos ir o no. Finalmente, dijo: «Muy bien, los dejaré ir. Pero antes de que se vayan, les daré un consejo».
Los niños esperaron, temerosos de lo que podría ser el consejo del Monstruo.
«El laberinto no es solo un lugar de aventuras», dijo El Monstruo, «Es un lugar de desesperación. Si alguna vez vuelven aquí, deben tener cuidado de no perderse en él, porque si lo hacen, nunca volverán a encontrar su camino.»
Con eso, El Monstruo se alejó de los niños y se perdió en la oscuridad del laberinto.
Los niños comenzaron a caminar de regreso a la entrada del laberinto, pero rápidamente se dieron cuenta de que habían subestimado su dificultad. Los corredores parecían haber cambiado de lugar, cada esquina que doblaban les mostraba un callejón sin salida. Las paredes del laberinto se hicieron más altas y las sombras más oscuras.
Comenzaron a sentir miedo, preguntándose si alguna vez podrían salir del laberinto. Las risas y la emoción habían sido reemplazadas por una sensación de pánico y ansiedad.
Mientras el sol comenzaba a ponerse, los niños escucharon un débil aullido que se elevaba desde el centro del laberinto. Sabían que era El Monstruo del Laberinto de la Desesperanza llamándolos. A pesar de que nunca habían conocido el miedo, este monstruo los había transformado en pequeñas presas en su laberinto.
Cada esquina que doblaban parecía un callejón sin salida. Los niños estaban cansados, hambrientos y asustados. El miedo los paralizaba. Finalmente, alrededor de la esquina, vieron la salida del laberinto.
Nunca habían estado tan agradecidos de ver la luz del día y el camino de regreso a sus hogares. Cuando salieron del bosque y llegaron a sus hogares, contaron la experiencia que habían tenido.
A pesar de que nunca habían conocido el miedo, este monstruo los había transformado en pequeñas presas en su laberinto. El Monstruo del Laberinto de la Desesperanza había dejado una huella duradera en ellos, y estarían siempre agradecidos por haber sobrevivido para contarlo. A partir de ese día, nunca más volverían al laberinto.