El Monstruo del Cementerio. Érase una vez un pequeño pueblo rodeado por un frondoso bosque y en su centro, se encontraba un cementerio. Nadie sabía cómo había aparecido aquel lugar tan tenebroso en medio del pueblo, pero una leyenda aseguraba que allí vivía un monstruo que se alimentaba de las almas perdidas que se adentraban en su territorio.
Los niños del pueblo se divertían asustándose mutuamente con historias de terror sobre el Monstruo del Cementerio. Todos hablaban de él, pero nadie había tenido la valentía de enfrentarse a la criatura. Hasta que una niña, llamada Sofía, decidió investigar si todo lo que contaban era cierto.
Cierto día, mientras jugaba en el parque con su amiga Ana, notó que un perro callejero se acercaba a ellas. Por alguna extraña razón, el animal tenía algo extraño en su mirada, un brillo misterioso que parecía querer indicarles algo. Las niñas lo acariciaron un instante y se despidieron de él sin saber que, a partir de ese momento, sus vidas estarían destinadas a cambiar de manera radical.
Esa noche, Sofía no podía dormir. Pensaba en el perro que se le había acercado. ¿Qué es lo que quería decirle? ¿Tendría algo que ver con el Monstruo del Cementerio? Sabía que era la única manera de saber la verdad por su cuenta, así que decidió ir ella sola para investigar.
De camino al cementerio, el viento soplaba fuerte, pero Sofía seguía avanzando decidida. Al llegar, notó un silencio inusual en el aire y un extraño olor a humedad. Sin embargo, no encontró nada en los primeros minutos de búsqueda y estaba a punto de irse, cuando escuchó un ruido que la hizo detenerse en seco.
Se apresuró a esconderse detrás de un gran árbol, donde descubrió que en la zona más oscura del cementerio -donde no veía nada-, el perro que la había visitado también estaba observándola fijamente. Estaba segura de que aquel perro guardaba la clave para desentrañar la historia del monstruo.
A medida que se acercaba, las sombras se hacían cada vez más densas. Le temblaban las piernas, pero sabía que no podía echarse atrás, y debía enfrentarse a su mayor temor.
– ¿Eres el Monstruo del Cementerio? -preguntó por fin, tras reunir todo el valor que le quedaba.
– No, soy solo un guardian de este lugar -respondió el perro con una voz llena de bondad-, y estoy aquí para ayudarte a resolver el misterio del terrible monstruo del que todos hablan.
Juntos, comenzaron a explorar el lugar. Se adentraron en la zona más oscura, donde encontraron una especie de puerta que, al abrirla, permitió el paso a un hermoso jardín. Allí, el perro le contó a Sofía que, en realidad, el Monstruo del Cementerio era un ser muy solitario que había aparecido en el pueblo hace muchos años. Había sido rechazado por los habitantes del lugar, que lo consideraban un peligroso monstruo.
Dejando atrás todos sus temores, Sofía se acercó a él con la determinación de hacerle entender que había una manera de cambiar las cosas. La había escuchado atentamente, mientras el perro le hablaba de cómo se sentía el Monstruo y cómo, el odio y el rechazo del pueblo, lo mantenían atrapado en ese lugar.
– Todos tenemos un lugar en este mundo -le decía Sofía, acariciando su pelaje oscuro-. No deberían juzgarte tan solo por tu aspecto o por lo que otros dicen. Hay muchas personas que pueden comprender tu soledad.
El Monstruo, al escuchar esa dulce voz, comenzó a llorar. Era la primera vez en muchos años que alguien comprendía su sufrimiento y sus palabras habían llegado directo a su corazón.
– ¿No podrías perdonarnos? -preguntó Sofía.
– No puedo olvidar todo el dolor que me han causado. Pero estoy dispuesto a darles una segunda oportunidad. No seré quien abandone este lugar porque siempre lo he considerado mi hogar -respondió el Monstruo.
A partir de entonces, Sofía y su amigo el perro se convirtieron en los mejores amigos del Monstruo del Cementerio y lo visitaban frecuentemente, para hacerle compañía. Y esas visitas a menudo eran correspondidas, pues el Monstruo, a veces, les devolvía la visita y los acompañaba en sus aventuras.
El pueblo dejó atrás sus miedos y poco a poco se acostumbró a la nueva presencia del Monstruo del Cementerio que dejó de ser un peligroso monstruo para convertirse en un ser respetado por su valentía y coraje. Todos le agradecieron por enseñarles la lección más importante de sus vidas: no juzgar a las personas por su aspecto físico.
Finalmente, el cementerio dejó de ser un lugar tenebroso y se convirtió en un lugar lleno de vida. Los árboles volvieron a florecer y las flores florecieron gracias a la luz del sol que por fin pudo iluminar el jardín.
Desde entonces, sentían que el cementerio se había convertido en un lugar maravilloso, lleno de paz y alegría gracias al amor que habían compartido.