El Monstruo del Castillo de las Tinieblas

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El Monstruo del Castillo de las Tinieblas
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El Monstruo del Castillo de las Tinieblas. Érase una vez un castillo situado en lo alto de una colina, rodeado por un bosque tupido y oscuro. Todo el mundo creía que estaba vacío, que nadie habitaba sus muros de piedra. Pero en la oscuridad de la noche, cuando el viento soplaba con fuerza, se escuchaban unos ruidos extraños que hacían temblar a los más valientes.

Los niños del pueblo, intrépidos y curiosos, se reunían en la plaza para contar historias sobre el castillo y el misterioso monstruo que supuestamente lo habitaba. Según decían, era una criatura enorme y feroz, con una piel escamosa y un rugido que podía escucharse a kilómetros de distancia. Nadie había visto nunca al monstruo, pero todos le temían porque se decía que se alimentaba de la carne de los niños.

Aunque la mayoría de los niños evitaban acercarse al castillo, había uno que sentía una extraña fascinación por aquel lugar maldito. Su nombre era Enrique, y tenía 9 años. Cada noche, se escapaba de su casa y se adentraba en el bosque hasta llegar al pie de la colina. Allí, se quedaba quieto, mirando fijamente al castillo con una mezcla de miedo y curiosidad.

Una noche, Enrique se armó de valor y decidió subir la colina para ver si era cierto lo que se decía sobre el monstruo. Con el corazón acelerado, llegó a la puerta del castillo, que estaba entreabierta. Pensó en volver atrás, pero algo le empujaba a entrar.

Cuando se adentró en el castillo, se dio cuenta de que estaba completamente a oscuras. Tenía que guiarse por las sombras para no tropezar con nada. De repente, escuchó un ruido detrás de él y sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Dio media vuelta, pero no vio nada.

Mientras seguía avanzando, el castillo parecía cada vez más grande y espeluznante. Escuchaba ruidos de cadenas arrastrándose por el suelo y respiraciones profundas. Cada vez que intentaba correr, escuchaba un rugido detrás de él.

Finalmente, llegó a una habitación que parecía ser el hogar del monstruo. En el centro había una enorme cama de hierro forjado, y a sus pies, un montón de huesos y cráneos. De repente, Enrique escuchó un rugido que lo hizo saltar de miedo. Miró alrededor, buscando al monstruo, cuando una sombra gigantesca apareció detrás de él.

– ¡Buaaa! – gritó el monstruo, un ser de piel verde, grandes garras y dientes afilados. – ¿Qué haces aquí, niño?

– Lo siento, señor monstruo – tartamudeó Enrique, incapaz de hablar. – Sólo me preguntaba si el castillo estaba vacío.

El monstruo soltó una carcajada.

– ¿Vacío? Jajaja, ¿quién te ha dicho eso? Este es mi hogar, desde hace muchos años. Pero no entiendo qué haces aquí, niño. ¿No tienes miedo de mí?

– Sí, claro que tengo miedo – respondió Enrique, sentándose en una silla cercana. – Pero más curiosidad. Siempre he querido saber si existían los monstruos, y ahora que te veo, quiero saber toda tu historia.

El monstruo sonrió, sorprendido por la valentía del niño.

– Bien, te contaré mi historia, siéntate cómodo.

Y así, durante horas y horas, el monstruo le contó a Enrique todo lo que había vivido en aquel castillo en lo alto de la colina. Le habló de cómo había llegado allí, de las aventuras que había vivido, de las afiladas garras que había tenido que utilizar para defenderse de los invasores.

Enrique escuchaba con atención, asombrado por lo que estaba escuchando.

Finalmente, cuando se hizo de día, Enrique se levantó para irse, bastante más tranquilo.

– Siento mucho si te he molestado – dijo, pero el monstruo le sujetó del hombro.

– Espera, niño. ¿Te gustaría volver?

– ¿Volver? ¿A este lugar tan aterrador?

El monstruo se echó a reír.

– No te preocupes, te enseñaré todos los rincones del castillo. Podremos ser amigos.

Y con esas palabras, el monstruo del castillo de las tinieblas se convirtió en el mejor amigo de Enrique. Y aunque los habitantes del pueblo siguieron temiéndolo, el niño sabía que no había nada que temer. El monstruo era un gigante enorme, pero tenía un corazón bondadoso y un gran sentido del humor.

A partir de aquel día, Enrique visitaba al monstruo todas las semanas. Se enseñaban cosas, hablaban de la vida y de sus planes de futuro. Al final, el monstruo dejó de ser un mito terrorífico para convertirse en el mejor amigo de un niño de 9 años.

Y mientras el sol brillaba en el cielo y la bruma se levantaba sobre el campo, el castillo de las tinieblas parecía un lugar algo menos siniestro, donde tal vez los monstruos también podían ser amigos.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
El Monstruo del Castillo de las Tinieblas
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