El Monstruo del Castillo de la Muerte Eterna. Érase una vez un castillo abandonado en lo alto de una colina. Dicen que en ese castillo habitaba un monstruo tan aterrador que su presencia infundía miedo en todo aquel que se atrevía a acercarse.
La leyenda decía que el Monstruo del Castillo de la Muerte Eterna era una criatura antropomorfa, con la piel cubierta de escamas, garras afiladas y dientes puntiagudos. Se decía que se alimentaba de los viajeros que se alejaban del camino principal para explorar el castillo.
Un día, tres amigos decidieron explorar el castillo. Ellos se llamaban Lucía, Eduardo y Marcos. Lucía era la más valiente de los tres, Eduardo era el más astuto y Marcos era el más fuerte y el más alto.
Cuando llegaron al castillo, lo encontraron en un estado de abandono. Sus ventanas estaban rotas, las torres se estaban desmoronando y las paredes estaban cubiertas de musgo.
Mientras caminaban por los pasillos oscuros, de repente escucharon un ruido que los hizo saltar. Era un sonido sordo, como alguien caminando sobre la piedra.
-¿Qué fue eso? -dijo Eduardo, asustado.
-No lo sé -respondió Lucía-. Pero parece que alguien está caminando aquí.
-Hay que tener cuidado -dijo Marcos, sacando una linterna-. No sabemos quién o qué puede estar aquí.
Los tres amigos caminaron despacio, siguiendo el sonido. Finalmente, llegaron al salón principal. Era un espacio grande, con una chimenea apagada, mesas y sillas rotas y un trono en una esquina.
Fue entonces cuando lo vieron.
Unos ojos amarillos los miraban desde el rincón más oscuro del salón, como si estuvieran esperando a que se acercaran.
Los tres amigos se miraron, temerosos. Sabían que tenían que hacer algo antes de que el monstruo los atrapara.
Marcos, el alto y fuerte, se adelantó.
-¡Fuera de aquí, monstruo! ¡No queremos problemas contigo! -gritó, tratando de imitar la voz más fuerte que pudo.
Pero el monstruo no se movió.
Lucía, la más valiente, avanzó unos pasos.
-¡No tengas miedo! ¡Podemos ser amigos! -dijo, tratando de sonar amable.
El monstruo hizo un ruido gutural, como si no le importara lo que dijera.
Eduardo, el más astuto, decidió intervenir.
-¡Eso no va a funcionar! ¡Creo que tenemos que hacer algo para demostrar que no somos una amenaza para él!
Los tres amigos pensaron por unos momentos. Sabían que tenían que actuar con rapidez, antes de que el monstruo se los comiera.
Fue entonces cuando Marcos tuvo una idea.
-¡Ya sé! -dijo-. ¡Podemos jugar a un juego de escondite! Verás, monstruo, uno de nosotros se va a esconder en algún lugar del castillo y tú tendrás que encontrarlo. Si no lo encuentras después de cinco minutos, entonces te retiramos a atacarnos.
El monstruo pareció considerar la propuesta. Su estómago gruñó, como si estuviera buscando algo para comer.
Pero entonces, asintió lentamente.
Los tres amigos se miraron, sorprendidos. Había funcionado. Inmediatamente, comenzaron a buscar un lugar para esconderse.
Lucía corrió hacia las torres del castillo, buscando un lugar seguro. Eduardo se escondió detrás de una puerta vieja y desgastada, mientras que Marcos se agachó detrás de un montón de escombros.
El monstruo comenzó a buscarlos, avanzando lentamente por todo el castillo. Buscó en cada esquina, escudriñando cada habitación y pasillo.
Pero después de cinco minutos, el monstruo no había encontrado a ningún amigo. Frustrado, gruñó y comenzó a dar vueltas por todo el castillo, buscando algo para comer.
Los tres amigos respiraron aliviados. Habían logrado engañar al monstruo y escapar de su presencia.
A partir de ese día, el Monstruo del Castillo de la Muerte Eterna se convirtió en un personaje más amable y acogedor. Los tres amigos visitaban el castillo regularmente para jugar con él y aprender sobre la historia del lugar.
Incluso se atrevieron a pasar la noche en el castillo una vez, y aunque estuvieron un poco asustados al principio, pronto se dieron cuenta de que no había nada que temer allí.
La leyenda del Monstruo del Castillo de la Muerte Eterna continuó extendiéndose por todo el país, pero los tres amigos sabían la verdad: que el monstruo no era tan malvado como decían las historias, y que había más en él de lo que la gente pensaba.
A partir de ese día, siempre llevaron consigo un recuerdo del castillo y el monstruo, y siempre se recordaban a sí mismos que las apariencias pueden engañar y la amistad puede brotar en los lugares más desolados y peligrosos.