El Monstruo del Castillo de la Desesperación. Érase una vez un castillo en lo alto de una montaña, rodeado de niebla y misterio. Los habitantes del pueblo cercano lo llamaban «el Castillo de la Desesperación». Nadie sabía quién lo había construido ni por qué había sido abandonado, pero todos sabían que algo extraño y aterrador sucedía allí.
La leyenda contaba que un monstruo vivía allí, un ser espantoso que devoraba a quienes se atrevían a acercarse. Los niños lo temían y los adultos lo evitaban a toda costa.
Sin embargo, un día un niño llamado Martín decidió aventurarse para descubrir qué había detrás de los muros del castillo. A pesar de las advertencias de sus padres y amigos, Martín creía que la criatura del castillo de la desesperación no podía ser más aterradora que las pesadillas que tenía cada noche.
Así que un día, cuando el sol comenzaba a ocultarse tras las montañas, Martín tomó la decisión de ir al Castillo de la Desesperación. Se despidió de sus padres y amigos, que lo miraron con tristeza y temor mientras se alejaba.
Llegó al castillo al caer la noche, sin saber bien qué buscar en su interior, pero con una fuerte sensación de curiosidad. Se adentró en el recinto hasta llegar a la torre más alta. Allí encontró una gran puerta, que parecía ser la única entrada al interior del castillo.
Martín empujó la puerta y esta cedió sin oposición. Al entrar, se encontró con una gran sala oscura iluminada por una extraña luz roja que venía de los bordes de la habitación. En el centro de la sala se encontraba el monstruo, que se levantó al ver al niño. Era una criatura gigantesca, de un color verde oscuro y famélico, que mostraba sus enormes dientes afilados.
El corazón de Martín latía fuerte mientras se enfrentaba al monstruo cara a cara. Sin embargo, no sintió miedo. En su cabeza, la curiosidad y la valentía habían acabado con cualquier otra sensación.
El monstruo se acercó a él con sus fauces abiertas, y Martín cerró los ojos, esperando lo peor. Pero entonces algo inesperado sucedió: el monstruo se detuvo a pocos centímetros del niño, y comenzó a hablar.
– ¿Qué haces aquí, niño? – preguntó la criatura con una voz profunda y misteriosa.
– Vine a descubrir quién eres y por qué te llaman el Monstruo del Castillo de la Desesperación – dijo Martín sin titubear.
El Monstruo se rió con una risa gutural y llena de eco.
– Comprendo – dijo finalmente -. Pero la verdad es que no soy un monstruo como tal. Yo soy el guardián del Castillo de la Desesperación, y he estado aquí durante siglos, esperando a que alguien venga a pedirme ayuda.
Martín abrió los ojos, sorprendido por esta confesión. ¿Cómo podía alguien tan gigantesco y espantoso ser un guardián?
– ¿Ayuda? ¿Qué tipo de ayuda?- preguntó el niño.
El Monstruo respiró hondo y comenzó a contar su historia: Años atrás, un Rey malvado había llegado al castillo. Desde entonces, el reino había perdido la paz y el bienestar, y la gente comenzó a sentir miedo y desesperación. El Rey había traído consigo una maldición que se había extendido hasta el pueblo, haciendo que todos se sintieran tristes y desolados.
El guardián contó a Martín que su papel en todo aquello era esconder la única esperanza del pueblo, una urna dorada que contenía una luz especial. Si alguien encontraba la urna y sabía cómo usar la luz, podría acabar con la maldición del Rey y devolver la alegría a su pueblo.
Pero la urna solo podía ser encontrada por alguien puro de corazón y valiente de espíritu, alguien como Martín.
– ¿Crees que tú eres ese alguien, niño?- preguntó el Monstruo.
Martín asintió, emocionado por la posibilidad de ayudar al pueblo. Se propuso encontrar la urna y llevar la luz al pueblo.
El Monstruo sonrió, contento de haber encontrado al elegido finalmente.
Así que Martín exploró el castillo hasta que, tras buscar por todas partes, encontró la urna dorada. Cuando la abrió, una luz amarilla brilló con fuerza. Martín entendió que esa era la luz especial a la que se había referido el guardián.
Sintió el poder de la luz en su interior mientras bajaba corriendo la montaña, dispuesto a acabar con la maldición del Rey. Por el camino se encontró con algunos campesinos que habían acudido a ayudarle, y juntos se dirigieron al castillo del Rey malvado.
Cuando el Rey malvado vio la luz, se sintió impotente ante ella y comenzó a temblar. Al sentir su maldición disolverse, el pueblo entero comenzó a abrazar y felicitar al niño que había salvado su hogar.
Después de aquel emocionante episodio, las cosas cambiaron en la región. La gente volvió a sonreír y a disfrutar de la vida. El pueblo se convirtió en un lugar feliz y próspero, y los habitantes recordaban con cariño al niño que había derrotado al rey malvado y liberado al guardián de la desesperación.
Finalmente, el Castillo de la Desesperación dejó de ser un lugar temido y se convirtió en un monumento a la valentía y la curiosidad. Y aunque el guardián nunca volvió a aparecer, los niños del pueblo se quedaron con la esperanza de encontrar su luz algún día.