El Monstruo del Bosque Prohibido. Érase una vez un bosque encantado, que estaba prohibido para los habitantes de la aldea cercana. Los rumores decían que vivía un monstruo peligroso en su interior, así que nadie se acercaba a él, excepto los valientes que quisieran correr el riesgo de encontrar al temible ser.
Cuenta la leyenda que el Monstruo del Bosque Prohibido era una criatura enorme y malvada, con garras afiladas como cuchillos, ojos gigantes y dos colmillos salientes que asustaban hasta al bravo guerrero más valiente.
A pesar de los mitos que rodeaban al monstruo, había un niño llamado Luis que no tenía miedo a nada. Era un chico muy curioso, y siempre había soñado con adentrarse en el bosque y descubrir qué se escondía detrás de los árboles y las rocas.
Un día, cuando Luis se encontraba caminando por los campos cercanos al bosque, vio algo brillando en la lejanía. Se acercó a investigar, y descubrió que era la entrada del bosque. Luis, sin pensarlo dos veces, decidió adentrarse en el lugar para ver qué se ocultaba detrás de la sombras.
Caminó durante horas sin encontrar nada fuera de lo común, hasta que, de pronto, oyó una risa aterradora que lo hizo sobresaltarse. Miró alrededor, tratando de identificar de dónde venía el sonido, y vio a lo lejos un monstruo enorme, de ojos grandes encendidos y una sonrisa maléfica que le recordó sus peores pesadillas.
A Luis le invadió el terror, pero, casi como si se tratara de un hechizo, no pudo moverse, quedándose paralizado en el sitio. El monstruo, con un movimiento rápido, se acercó a Luis, que cerró los ojos, esperando lo peor.
Pero el monstruo no le hizo daño, ni mucho menos. En vez de eso, le habló suavemente, y poco a poco, Luis fue perdiendo el miedo a la criatura gigante.
«¿Por qué tienes esa cara de susto?», preguntó el monstruo con amabilidad. «No te asustes, soy inofensivo. Los rumores que dicen que soy un monstruo malvado son completamente falsos».
Luis, aunque seguía algo asustado, decidió hacerle caso al gigante y escuchar su historia. Y así, entre risas, historias y encantamientos, pasaron todo el día juntos.
Al final del día, cuando ya se acercaba la noche, el monstruo le enseñó el camino de regreso a Luis, quien, emocionado por su aventura, prometió regresar al día siguiente.
Y así lo hizo. Día tras día, Luis y el monstruo se encontraban en el bosque, descubriendo los secretos ocultos detrás de cada árbol. Descubrieron flores mágicas, criaturas que bailaban bajo la luz de la luna y hasta un escondrijo donde el gigante guardaba sus tesoros más preciados.
Pero la paz no duró mucho. Una tarde, mientras jugaban cerca del arroyo, llegó la noticia de que habían visto al monstruo del bosque por los campos de la aldea. Asustado por lo que pudiera pasar, el gigante decidió desaparecer, sin dejar rastro.
Luis no sabía cómo encontrar a su amigo, y se sumió en la tristeza. Pasaron los días, y el bosque volvió a ser un lugar aterrador para las personas de la aldea. Luis, sin embargo, sabía la verdad, y su coraje no disminuiría por nada del mundo.
Hasta que, una noche, mientras se encontraba despierto en su cama, escuchó un ruido en la ventana. Desde allí, vio al monstruo del bosque esperando en el jardín.
Luis corrió hacia la ventana, abriéndola de par en par, y abrazó al gigante, feliz de ver que aún estaba vivo. Después de charlar durante un rato, el monstruo le entregó un regalo: una flor mágica que había sobrevivido a la ausencia del sol y la lluvia, y que permitiría que Luis y él se comunicaran en cualquier momento.
Desde entonces, las noches de Luis fueron menos solitarias, pues hablaba con su amigo el monstruo bajo la luz de la luna.
Y aunque nunca más volvió a visitarlo en el bosque, sabía que, en algún lugar, el gigante estaba allí, esperando su siguiente aventura juntos.