El Monstruo Debajo de la Cama. Érase una vez una pequeña niña llamada Lucía. Lucía tenía 8 años y era muy valiente, pero tenía algo que la atormentaba cada noche: un monstruo debajo de la cama.
Lucía intentaba ignorarlo, pero escuchaba sus gruñidos y le dolía sentir cómo algo la agarraba por los pies. Su mamá le decía que no existían los monstruos, que todo eso era su imaginación, pero Lucía sabía que eso no era verdad.
Cada noche, antes de dormir, Lucía se esforzaba por mirar debajo de su cama, pero nunca veía nada. Sabía que el monstruo se escondía, pero no sabía cómo enfrentarlo.
Un día, mientras jugaba sola en su habitación, Lucía decidió que no podía seguir viviendo así. Decidió que ella iría a buscar al monstruo, que lo enfrentaría y que tendría éxito en vencerlo.
Cuando llegó la noche, Lucía se metió en su cama y esperó. Escuchó los mismos gruñidos y sintió las mismas manos agarrándola por los pies, pero esta vez no tuvo miedo. Respiró hondo y se levantó de la cama.
Agarró su linterna y, temblando un poco, se agachó para mirar debajo de la cama. ¡Allí estaba! El monstruo era grande y peludo, con largas uñas afiladas y ¡ojos amarillos! Pero Lucía no se asustó. Ella sabía que era más fuerte que el monstruo y que no dejaría que él la venciera.
– ¿Quién eres tú? -preguntó valientemente Lucía.
– Soy el Monstruo Debajo de la Cama -respondió el monstruo con una voz siniestra.
– ¿Por qué estás aquí? -preguntó Lucía.
– Porque necesito algo para comer y tu miedo me da energía.
– ¡Pero yo no tengo miedo! -exclamó Lucía, aunque temblaba un poco.
– Eso es imposible -dijo el monstruo-. Todos los niños tienen miedo.
– Pues yo no -dijo Lucía con más seguridad.
Lucía se sentó en el suelo y miró fijamente al monstruo. Durante unos minutos, nadie dijo nada. El monstruo se movía inquieto, como queriendo atacar. Pero Lucía no se movió de allí. Miraba fijamente a los ojos del monstruo, sin pestañear.
– ¿Por qué eres así de valiente? -preguntó el monstruo con curiosidad.
– Porque tengo algo que tú no tienes -respondió Lucía con una sonrisa.
– ¿Qué es eso? -preguntó el monstruo intrigado.
– Amor -respondió Lucía.
– ¿Amor? -preguntó el monstruo incrédulo.
– Sí, amor. Mi mamá me quiere mucho, mi papá también, y yo los quiero a ellos. Y tú, ¿tienes alguien que te quiera? -preguntó Lucía.
– No -respondió el monstruo tristemente.
– Pues eso es lo que te hace diferente a mí. Tú no tienes amor, pero yo sí. Y el amor me hace fuerte, no tengo miedo cuando sé que me quieren -dijo Lucía con convicción.
El monstruo pensó en las palabras de la niña. Nunca nadie le había hablado de amor, nunca había tenido nadie que lo quisiera. Ahora entendía por qué los niños se metían en la cama con sus padres cuando estaban asustados, necesitaban ese amor para sentirse seguros.
– Nunca antes había escuchado esas palabras -dijo el monstruo, sorprendido.
– Pues yo sí las escucho todos los días en casa. Y ahora, yo te doy amor también. Quiero que te sientas querido porque, aunque eres un monstruo, tienes un corazón -dijo Lucía con una sonrisa.
El monstruo ya no gruñía, ya no tenía intenciones de hacerle daño a la niña. Lucía lo había cambiado. Ahora, el monstruo le quería devolver el favor, no dejándola dormir sola.
Desde esa noche, Lucía y el Monstruo Debajo de la Cama se convirtieron en amigos inseparables. Lucía le contaba sus secretos y él le ayudaba a dormir tranquila. Ya no temblaba como antes cuando se acostaba en su cama, porque sabía que su amigo lo vigilaría y que estaba ahí para protegerla.
De ahora en adelante, Lucía nunca volvió a tener miedo del Monstruo Debajo de la Cama, porque su amistad demuestra que el amor lo puede todo, y que nadie es realmente malo por ser diferente.