El Monstruo de la Torre de los Gritos. Érase una vez un pequeño pueblo rodeado de montañas. En el centro del lugar se encontraba una majestuosa torre, conocida como «La Torre de los Gritos». La leyenda decía que el lugar estaba habitado por un temible monstruo que aterrorizaba a todo aquel que se atrevía a entrar en sus terrenos.
Los niños del pueblo siempre hablaban del monstruo y de cómo sería si alguien lograra verlo. Algunos de los niños decían que tenía garras afiladas, otros decían que tenía una piel verde y escamosa, y otros decían que tenía un solo ojo que brillaba en la oscuridad. Pero todos coincidían en que era un ser temible y peligroso que debía ser evitado a toda costa.
Un día, un niño llamado Miguel decidió que quería ver al monstruo de la Torre de los Gritos. Sus amigos le advirtieron y le dijeron que era peligroso, pero Miguel estaba decidido a descubrir si el monstruo era real o simplemente una historia de miedo.
Así que, sin decir nada a sus padres, Miguel partió hacia la Torre de los Gritos. Cuando llegó al lugar, se encontró con una gran puerta de hierro que parecía imposible de abrir. Sin embargo, Miguel no se desanimó y buscó una forma de entrar.
Finalmente, descubrió una pequeña ventana en la parte trasera de la torre. Con mucho esfuerzo, logró abrir la ventana y se coló en la Torre de los Gritos.
Una vez dentro, Miguel se dio cuenta de que no había ni rastro del monstruo. La torre estaba vacía y silenciosa. Entonces, decidió explorar el lugar para ver si encontraba alguna pista del temible ser.
Mientras Miguel subía por las escaleras, escuchó un extraño ruido que parecía surgir de la parte superior de la torre. El corazón de Miguel se aceleró, pero no se dio por vencido y siguió subiendo.
Finalmente, llegó a la última planta de la torre y encontró una extraña habitación llena de extrañas herramientas y objetos. En el centro de la habitación se encontraba una gran caja de metal cerrada.
Miguel se acercó a la caja y, sin pensarlo dos veces, la abrió. En ese momento, escuchó un fuerte rugido que lo hizo temblar de miedo.
De repente, un enorme monstruo apareció ante él. Era una bestia gigante con garras afiladas, dientes afilados y una piel escamosa y verde. El monstruo lanzó un rugido ensordecedor que hizo temblar toda la torre.
Miguel estaba petrificado de miedo, pero no se movió. Entonces, el monstruo habló.
– ¿Qué haces aquí? – preguntó el monstruo con una voz grave y ronca.
Miguel apenas podía hablar del miedo, pero finalmente logró balbucear:
– Solo quería ver si eras real.
El monstruo sonrió y se puso de pie.
– Hace mucho tiempo que nadie se atreve a entrar en esta torre. Me alegra que hayas venido, pequeño. Ahora, cuéntame, ¿cómo llegaste hasta aquí?
Miguel le contó todo lo sucedido y el monstruo escuchó atentamente.
– Entiendo – dijo finalmente el monstruo-. Pero debes saber que la Torre de los Gritos es un lugar peligroso. No es seguro para los niños como tú.
Miguel asintió y se preparó para volver a casa. El monstruo se acercó a él y le entregó un pequeño cofre.
– Toma esto como recuerdo de tu visita a la Torre de los Gritos – dijo el monstruo con una sonrisa.
Miguel abrió el cofre y encontró un hermoso collar de plata con una esmeralda incrustada. Estaba tan sorprendido que se quedó sin palabras.
– Ahora, ve a casa y no vuelvas a la Torre de los Gritos – dijo el monstruo.
Miguel asintió y bajó las escaleras tan rápido como pudo. Cuando llegó a la puerta de hierro, vio a sus amigos que buscaban por todas partes.
– ¿Dónde has estado, Miguel? – preguntaron sus amigos al unísono.
– He estado en la Torre de los Gritos – respondió Miguel con una sonrisa.
Los niños quedaron sorprendidos y, poco a poco, fueron saliendo de sus escondites para escuchar la historia de Miguel.
– ¿Y viste al monstruo? – preguntó uno de los niños.
Miguel asintió, pero dijo:
– No es tan malo como dicen. En realidad, es muy amable.
Los niños no podían creer lo que estaban escuchando y Miguel mostró el collar que le había dado el monstruo.
Poco a poco, la historia fue corriendo por todo el pueblo y la gente se sorprendió de que alguien hubiera visto al monstruo de la Torre de los Gritos y hubiera salido vivo para contarlo.
Desde ese día, la Torre de los Gritos dejó de ser un lugar temido y pasó a ser considerado un lugar mágico y misterioso. Los niños del pueblo volvían a jugar cerca de la torre y, de vez en cuando, alguien se aventuraba a entrar para ver si el monstruo estaba allí.
Pero nadie más volvió a ver al monstruo. Él había cumplido su propósito al encontrarse con Miguel y le dijo adiós para siempre. Sin embargo, el recuerdo de su amabilidad se quedó grabado en la mente de todos los habitantes del pueblo para siempre.