El Monstruo de la Oscuridad. Érase una vez un pequeño pueblo rodeado de imponentes montañas y espesos bosques. Allí, vivía un niño llamado Tomás, quien tenía un gran problema: le temía a la oscuridad. Todas las noches, sin falta, se escondía debajo de las sábanas para evitar ver cualquier cosa misteriosa que pudiera acecharlo en la penumbra de su habitación.
Tomás siempre decía a sus padres que había un monstruo en su dormitorio, que lo observaba mientras él dormía. Pero sus padres le aseguraban que eran solo pesadillas y que no había nada que temer. Sin embargo, para Tomás, la oscuridad era la manifestación misma del terror.
Ante su situación, Tomás decidió buscar una solución, algo que lo sacara de ese miedo que lo aquejaba todas las noches. Un día, mientras paseaba por el bosque, se topó con un anciano sabio que vivía en la cima de una pequeña colina.
-¿Qué te trae por aquí, pequeño? –preguntó el anciano.
-Tengo miedo de la oscuridad –respondió Tomás.
-Ah, eso es algo muy común en los niños. Pero, ¿sabes? La oscuridad no es mala en sí misma. Solo son nuestras imaginaciones las que la hacen parecer terrorífica.
-¿Cómo puedo superar mi miedo entonces? –preguntó Tomás, con la esperanza de encontrar una respuesta.
-Debes enfrentarte a tu miedo, y solo así te darás cuenta de que no es tan terrible como crees –respondió el anciano, con sabiduría.
Tomás se sintió inspirado por las palabras del sabio y decidió encarar su miedo. Esa noche, cuando llegó la hora de ir a dormir, apagó la luz, respiró profundamente y se quedó en silencio. Al principio, la oscuridad parecía consumirlo, pero después de un rato, se dio cuenta de que no había ningún monstruo en la habitación. Durante unos minutos, mantuvo los ojos cerrados, se concentró en su respiración y comenzó a relajarse.
De repente, sintió un extraño escalofrío. Era como si alguien lo estuviera observando, pero esta vez, Tomás no se cubrió con las sábanas. Abrió los ojos y vio una figura oscura en un rincón de la habitación, ¿era acaso el Monstruo de la Oscuridad?
Permaneció quieto por un instante, luego se levantó y se acercó. Cuando llegó al rincón, se dio cuenta de que no era un monstruo, sino un abrigo colgado en una percha. Tomás se rió de su miedo y regresó a la cama, convencido de que había superado sus temores.
Sin embargo, de repente, la habitación se oscureció y un profundo silencio se apoderó del lugar. Y entonces, oyó un leve susurro que emergió de la oscuridad.
-Tomassss, Tomassss, sabía que vendrías…
El niño miró hacia arriba, y allí estaba, el Monstruo de la Oscuridad, con sus enormes fauces abiertas, dispuesto a devorarlo. Tomás sabía que no podía huir, debía encarar su miedo y enfrentarlo de frente. Entonces, cerró los ojos, respiró hondo y gritó:
-¡No existes, eres solo una creación de mi imaginación!
Y entonces, algo increíble sucedió. La oscuridad comenzó a debilitarse, y poco a poco, el monstruo comenzó a desvanecerse. La habitación se iluminó con un suave resplandor, las paredes comenzaron a temblar, y el Monstruo de la Oscuridad desapareció en una fina capa de polvo.
Tomás se sintió victorioso, feliz de haber vencido a su miedo. Se acurrucó en su cama y cerró los ojos, feliz de saber que había superado su miedo a la oscuridad.
A partir de esa noche, el canto de los grillos, el crujido de las ramas y la oscuridad de la noche dejaron de intimidar al pequeño Tomás. Sabía que solo eran manifestaciones de su imaginación, y que la oscuridad no tenía por qué asustarlo. Además, se dio cuenta de que enfrentar sus miedos no solo lo hacía más fuerte, sino que también le daba un gran sentido de orgullo y satisfacción.
Y así, cada noche antes de dormir, Tomás se imaginaba venciendo monstruos, salvando princesas y explorando mundos desconocidos, todo dentro de su mente. Y nunca volvió a temerle a la oscuridad como solía hacerlo.