El Monstruo de la Mansión de los Horrores. Érase una vez en la Mansión de los Horrores, una casa abandonada y oscura que había sido el hogar de una familia de la realeza hace muchos años. La leyenda contaba que en la casa vivía un monstruo que aterrorizaba a los niños y adultos del pueblo. Nadie se atrevía a entrar en la casa, excepto un grupo de niños juntos: Marcos, Sofía, Ana y Pedro.
Un día, los cuatro amigos estaban jugando en el patio cuando escucharon un ruido extraño que venía de la casa. Se acercaron temerosos y vieron la puerta principal abierta. Pedro dijo: «Ojalá pudiéramos ver lo que hay adentro». Ana y Sofía dijeron que no, pero Marcos, el más valiente de ellos, decidió entrar. Los otros lo siguieron lentamente, asustados.
Una vez dentro, se encontraron con una habitación grande y vacía. El lugar estaba oscuro, tan sólo una vela iluminaba la sala. De repente, oyeron algo en la habitación de al lado. Sigilosamente se acercaron a la puerta y la abrieron con cuidado. Lo que vieron los dejó petrificados: era una criatura horrible, con piel grumosa, dientes afilados y ojos rojos que brillaban en la oscuridad. Era el monstruo que todos temían.
Trataron de huir, pero era demasiado tarde. La criatura gritó, bloqueando su camino, y los cuatro amigos quedaron atrapados en la habitación. Entonces, el monstruo habló por primera vez: «¡Eh, pequeños! ¿Qué hacéis en mi hogar? ¿Sois espías de los humanos que quieren destruir mi hogar?»
Los niños se miraron, sorprendidos de que el monstruo pudiera hablar. Pero decidieron hablar con él para tratar de convencerlo de que no eran una amenaza.
«¡No, no somos espías!», gritó Pedro. «Solo somos niños y estábamos explorando la casa. No queríamos hacerte daño. Lo siento mucho si te asustamos.»
El monstruo observó a los niños en silencio, evaluando si eran o no peligrosos. Pero cuando vio el miedo en sus ojos y las lágrimas en sus mejillas, se decidió a creerles.
«Bien, niños», dijo con una sonrisa tímida. «No eres peligrosos como pensaba. Pero debéis iros, porque la Mansión de los Horrores no es lugar para niños curiosos como vosotros».
Los amigos se miraron aliviados y agradecidos, comprendiendo que el monstruo no era el terrible ser que habían imaginado. Pero justo cuando se disponían a marcharse, el monstruo les ganó con una pregunta: «Chicos, ¿podéis ayudarme con algo antes de ir? Hay una criatura malvada, que vive en el ático de esta casa, me ha estado molestando durante algún tiempo y ya no puedo soportarlo más. Si me ayudáis, os mostraré el camino de salida».
Los amigos se sintieron confiados, y aceptaron ayudar al monstruo sin dudarlo. Allí arriba, encontraron a una bestia aún más grande que el monstruo de la casa. Era un dragón negro con las escamas muy afiladas, rugiendo de rabia por haber sido descubierto. Los niños estaban listos para correr, pero el monstruo intercendió antes de que pudieran:
«No os asustéis, chicos. Este es un dragón al que he domesticado hace muchos años. Al principio también me asustaba, pero ahora se ha convertido en mi mejor amigo. Es temperamental, pero si lo tratáis con amabilidad y con respeto, veréis que no es peligroso en lo absoluto».
Los niños se acercaron con cautela, tratando de no moverse ni hacer ruido. Pero el dragon les miraba fijamente, rugiendo de vez en cuando en señal de protesta. Ana se atrevió a darle de comer un trozo de queso, mientras Sofía le hacía cosquillas en la pancita. Poco a poco, el dragon se fue calmando, hasta dejar de rugir y ponerse a dormir.
El monstruo quedó sumamente agradecido con los niños. «Gra-gracias, ch-chicos. No puedo creer que hayáis logrado domar a mi amigo, y ahora volver a la amistad que teníamos antes. Esto de verdad es un gran gesto. Debo de daros un premio a vuestra astucia y valentía. ¿Os gustaría esto?»
Antes de que los niños pudieran hablar, el monstruo les regaló una cajita muy hermosa que luego se abría con una clave secreta. Dentro estaba llena de caramelos y chocolates que los niños devoraron con gusto, mientras celebraban su éxito.
Finalmente, los amigos dijeron adiós al monstruo y salieron de la Mansión de los Horrores, no sin antes prometer volver a visitar al monstruo y al dragón el próximo fin de semana. Desde ese día, los cuatro amigos no dejaron de hablar de su increíble aventura en la casa abandonada, del monstruo más amable que conocieron y de su amistad con un dragón enorme. Ahora estaban más valientes y sabían que, a pesar de los prejuicios, nunca deberían temer a nada, sino abrirse a las sorpresas que el mundo podía ofrecerles.