El mapa del capitán. Érase una vez un joven marinero llamado Juan, cuyo mayor sueño era convertirse en capitán y explorar los mares más lejanos. Desde pequeño, había escuchado fabulosas historias de barcos piratas y tesoros escondidos en islas desconocidas, y estaba decidido a vivir sus propias aventuras en alta mar.
Por muchos años, Juan navegó como tripulante en diversos barcos, aprendiendo todo lo que podía sobre la navegación y el manejo de las velas. Finalmente, su esfuerzo dio frutos y fue ascendido a segundo al mando de un barco pequeño, al que apodaron «El Gaviota».
Con su nueva posición, Juan se sintió más cerca que nunca de su anhelo de convertirse en capitán. Pero también sabía que para lograrlo, necesitaba algo vital: un mapa. Un mapa que señalara los lugares más secretos y peligrosos del mar, para ser capaz de conquistarlos y regresar con riquezas y gloria.
Durante su tiempo libre, Juan comenzó a buscar por todas partes un mapa que pudiera llevarlo hasta donde quisiera. Consultaba a otros marineros, hablaba con mercaderes en los puertos, y se adentraba en tabernas donde se rumoreaba que los piratas operaban secretamente. Pero ni una sola pista encontraba.
Una noche, en una de aquellas tabernas, un hombre oscuro y misterioso se acercó a Juan con una propuesta. Tenía un mapa que podría ser lo que el joven marinero estaba buscando, pero su precio era alto. Juan aceptó, sin vacilar, pagar lo que fuera necesario para tener ese mapa en sus manos.
Al día siguiente, Juan recibió un pergamino antiguo, como si tuviera siglos de vida, en el que se había dibujado un mapa que señalaba los lugares más peligrosos del océano. Había islas misteriosas, aguas con monstruos marinos y lugares donde los barcos piratas acechaban para atacar a los menos precavidos.
Juan contempló con emoción el mapa que tenía en su poder. Por fin, estaba más cerca que nunca de cumplir su sueño.
Reunió a su tripulación, jóvenes y valientes marineros, y se dispuso a zarpar en busca de aventura y riquezas. Cuando estuvieron en alta mar, abrieron el pergamino y estudiaron con atención cada línea del mapa. Ya que uno de los puntos principales señalados en él era la isla de las sirenas.
Habían oído historias de pescadores que habían naufragado por seguir la dulce melodía que las sirenas entonaban. Pero Juan estaba más que dispuesto a desafiar el peligro y llegar hasta esa isla, para llevar de regreso a su país los tesoros que seguramente encontrarían ahí.
Navegaron por días, sorteando fuertes vientos y tormentas intensas, pero finalmente divisaron la isla de las sirenas. Juan ordenó amarrar el barco a un fondeadero en su costa y la tripulación bajó. Descubrieron que la isla era hermosa, rodeada de vegetación y selva, pero también llena de peligros y trampas.
Se adentraron en el interior de la isla, sabiendo que no debían dejarse engañar por el canto hipnotizante de las sirenas. Los árboles temblaban y el aire se sentía húmedo mientras se abrían camino por entre la espesa vegetación. De pronto, Diablo, el perro que había llevado Jaun consigo se detuvo en seco y comenzó a ladrar en dirección a una cueva detrás de ellos.
Juan y su tripulación no tenían miedo, pero sabían que debían tener precaución. Encendieron antorchas y avanzaron lentamente hacia la cueva. Después de varios metros de caminar, se detuvieron en seco al ver el espectáculo que tenían ante sus ojos: grandes y deslumbrantes joyas de oro y piedras preciosas estaban esparcidas alrededor de la cueva, parecía ser que había una especie de tesoro escondido en su interior.
La alegría de Juan y su equipo fue inmensa, por fin habían encontrado un tesoro que les sacudiría de la pobreza. Pero no tardaron mucho en darse cuenta de que había algo muy extraño en aquel tesoro. Algo que pelearían la plata para conseguir.
De pronto los cañones de los barcos piratas comenzaron a sonar.
Juan y su equipo debieron dejar esos tesoros a la deriva de los piratas que los acechaban y gobernar que el tiempo les llevaría de vuelta a su patria con buenas noticias, alegrías y esperanza para el futuro.
Juan se sintió decepcionado, había perdido todo aquello por lo que había luchado tanto, pero también de felicidad porque tenía en su interior la certeza de que no podía permitir que su afán por el oro y la riqueza se llevar del buen camino a alguien lejano a sus deseos. Siempre deseó ser un buen capitán, y había dado un paso importante en esa dirección en aquel día, porque la mejor fortuna que puede haber en este mundo, es el tener un tesoro en el corazón que brille con el resplandor de la honestidad y la sinceridad.