El Lobo y la Fuente de los Deseos. Érase una vez un lobo llamado Guille quien vivía en un bosque encantado. Cada noche, Guille se quedaba despierto mirando la luna llena y soñando con ser algo más que un simple lobo. Un día, mientras vagaba por el bosque, Guille encontró una fuente mágica que había oído hablar en leyendas de antaño. Se dice que la fuente tenía el poder de conceder cualquier deseo que se le pidiera. Sin pensarlo dos veces, Guille decidió pedirle a la fuente que lo convirtiera en un hombre.
Para su asombro, sus patas se alargaron y se alargaron hasta que se convirtieron en pies, y su pelaje se cayó, dejando una piel suave. Guille ya no era un lobo, ¡era un hombre! Pero pronto descubrió que su nueva forma humana no era todo lo que esperaba. Extrañaba correr por el bosque y sentir el viento en su pelaje, y la soledad de su transformación lo dejó con un gran vacío en el interior.
Guille regresó a la fuente, pidiéndole que lo convirtiera en un lobo de nuevo. Esta vez, sin embargo, consideró su petición cuidadosamente y le pidió a la fuente que le concediera la forma que le permitiría correr por el bosque sin sentir la soledad de su transformación anterior.
Para su sorpresa, la fuente le concedió su deseo y lo transformó en un lobo con piel de hombre. Guille ahora podía correr libremente como un lobo y, al mismo tiempo, disfrutar la compañía de otros seres humanos.
Guille aprendió valiosas lecciones sobre la importancia de ser uno mismo y no tratar de cambiar quién eres solo por complacer a los demás. Se dio cuenta de que, si bien a veces es fácil desear lo que no tenemos, el verdadero valor está en aceptar y valorar lo que somos.
Y así el lobo Guille continuó trotando felizmente por el bosque, agradecido por la maravillosa experiencia que lo había llevado a la fuente de los deseos.
En otro bosque cercano, Érase una vez una joven llamada Ana que estaba perdidamente enamorada de un apuesto joven llamado Pedro. Ana habría dado cualquier cosa por ser la mujer que Pedro amaba.
Un día, mientras caminaba por el bosque sintiéndose desdichada, Ana encontró la fuente mágica y decidió pedirle que Pedro se enamorara de ella. La fuente le concedió su deseo, pero pronto Ana descubrió que las cosas no eran tan fáciles como esperaba. Si bien Pedro había comenzado a mostrar interés en ella, el amor que sentía por él no era verdadero, ya que se había construido a partir de un deseo egoísta. Ana se dio cuenta de que había venido a la fuente con el corazón equivocado, buscando amor en la forma en que ella lo entendía en lugar de encontrarlo dentro de sí misma.
Ana regresó a la fuente pidiendo que se revirtiera su deseo. Aunque le había costado dejar ir a Pedro, se dio cuenta de que su amor por él no era verdadero y que solo traería dolor a ambos en el futuro. Se prometió a sí misma que nunca volvería a buscar amor de manera egoísta y, en cambio, trataría de encontrar la felicidad dentro de sí misma.
Y así, Ana regresó al camino que se había alejado, lista para construir una vida llena de amor verdadero y genuino.
Una vez más, en el bosque con la fuente, Érase una vez un viejo cazador que estaba enfermo y cansado después de muchos años de cazar animales. Cierta noche, mientras se lamentaba de sus muchos años de vida malgastados en la caza, descubrió la fuente de los deseos. Sin pensarlo dos veces, el cazador le pidió a la fuente que lo transformara en un joven cazador fuerte y vigoroso una vez más.
Sin embargo, el cazador pronto se sintió abrumado por su nueva fuerza y velocidad. Ahora, mientras cazaba, se dio cuenta de que la vida de los animales que cazaba tenía tanto valor como su propia vida. Se dio cuenta de que, aunque deseaba volver a ser joven y fuerte, debería haber buscado una vida más pacífica en su vejez.
El cazador regresó a la fuente y pidió que se deshiciera de su transformación. Aprendió una valiosa lección: que a veces el poder y la juventud pueden ser engañosos y que el verdadero valor viene de la vida y la sabiduría adquirida con los años.
El cazador decidió pasar el resto de sus días en el bosque, no cazando, sino en armonía con los animales y la naturaleza que lo rodeaba.
Así, la fuente de los deseos enseñó a cada uno de sus visitantes una valiosa lección. Que los deseos egoístas pueden no traer alegría y que, a veces, lo que esperamos de la vida no es siempre lo que necesitamos. Lo importante es no temer ser uno mismo, aceptando y apreciando todo lo que somos.