El gato negro de Halloween. Érase una vez, en la noche de Halloween, un gato negro que andaba por las calles del pueblo en busca de alguna buena travesura para hacer. Este gato era diferente a los demás, tenía un pelaje tan negro como la noche y unos ojos amarillos que brillaban con el reflejo de la luna.
Este gato era conocido en el pueblo como el gato de Halloween, el animal que siempre estaba listo para hacer alguna broma o asustar a algún desprevenido. Era el terror de los habitantes del pueblo, que cada noche de Halloween temían verlo aparecer en su ventana o escondido en algún rincón oscuro.
Pero el gato de Halloween no era malvado, sólo quería divertirse y hacer pasar un buen rato a todo el mundo. La noche de Halloween era su momento favorito del año, y se aseguraba de que todos lo recordaran por las travesuras cómicas y nada peligrosas que hacía.
Esa noche, el gato de Halloween había planeado algo muy especial. Había visto una casa en el pueblo que parecía deshabitada, y se le había ocurrido una idea fantástica para asustar a todo el mundo. Fue hasta la casa y empezó a trabajar en su plan diabólico.
Mientras el gato trabajaba en su plan, en otra parte del pueblo se encontraban dos niños, María y Juan. Ellos eran amigos y les gustaba explorar el pueblo la noche de Halloween. Iban de casa en casa pidiendo dulces y admirando los disfraces de los demás, pero esa noche habían decidido aventurarse más allá de los límites del pueblo.
Después de andar un rato, llegaron a la casa abandonada donde el gato de Halloween estaba escondido. Al principio no notaron nada fuera de lo común, pero poco a poco empezaron a sentirse un poco inquietos. La casa parecía demasiado silenciosa, y la oscuridad que la envolvía era espeluznante.
Fue entonces cuando escucharon un ruido extraño proveniente del interior de la casa. María se asustó y quiso irse, pero Juan la animó a seguir adelante. Abrieron la puerta con mucho cuidado y entraron en la casa. Lo que encontraron adentro fue más allá de sus peores pesadillas.
Todo estaba decorado como una casa embrujada de verdad. Había telarañas, calaveras y murciélagos colgando de los techos, y un extraño sonido de risas que parecía provenir del sótano. María y Juan se miraron aterrorizados y empezaron a correr en busca de la salida.
Fue entonces cuando el gato de Halloween salió de su escondite y empezó a reír a carcajadas. María y Juan se detuvieron al instante y lo miraron con asombro. Se dieron cuenta de que habían caído en la trampa del gato, pero la sorpresa y el susto que sentían era tan grande que también empezaron a reír.
El gato de Halloween se acercó a los niños y les explicó todo. Les explicó que todo lo que habían visto era sólo parte de su broma de Halloween, y que ellos habían sido los protagonistas esta vez. María y Juan se sintieron aliviados y empezaron a reír con más ganas.
Finalmente, el gato de Halloween les hizo una propuesta a los niños. Les dijo que si querían, los ayudaría a encontrar más casas embrujadas en el pueblo, y que juntos podrían hacer las travesuras más divertidas de la noche de Halloween. María y Juan aceptaron de inmediato, y pasaron el resto de la noche con el gato de Halloween, explorando el pueblo y haciendo bromas a todos los que se cruzaban en su camino.
Desde ese día, el gato de Halloween se convirtió en el amigo inseparable de María y Juan, y juntos seguían haciendo reír a todo el pueblo año tras año. La noche de Halloween ya no era un miedo para ellos, sino una oportunidad para hacer nuevas amistades y divertirse en grande.
Así, el gato de Halloween demostró que no hace falta tener miedo en la noche de las brujas. Lo importante es tener amigos, ser ingenioso y siempre estar listo para hacer una buena broma. Y así, todos los habitantes del pueblo ya no veían al gato como un terror, sino como un símbolo de alegría y diversión en la noche de Halloween.



