El fantasma del cementerio encantado. Érase una vez un cementerio muy antiguo, ubicado en el centro de un pequeño pueblo. La gente del lugar sabía que el cementerio estaba encantado, y aunque hablaban de él en tono de broma, siempre lo evitaban cuando podían. Nadie se atrevía a entrar dentro de los muros del cementerio después de la caída del sol.
Un día, un grupo de niños decidió aventurarse en el cementerio, no porque estuvieran buscando la verdad sobre sus historias de fantasmas, sino porque querían jugar a un juego de escondite en un lugar fresco y tranquilo. Pero cuando llegaron al portón del cementerio, un escalofrío recorrió sus cuerpos, y dudaron si debían continuar o no. Sin embargo, finalmente decidieron seguir y entrar en el cementerio.
Los niños se divirtieron jugando a sus juegos habituales, pero no tardaron en darse cuenta de que no estaban solos. En el cementerio, había un fantasma, un fantasma que por lo que se decía, había estado vagando entre los terrenos del cementerio durante años. Al principio, los niños intentaron ignorarlo, suponiendo que no los molestaría, pero el fantasma comenzó a jugar con ellos, ayudándolos a encontrar los escondites mejor escondidos e incluso a soplar las hojas de los árboles para revelar su ubicación.
Los niños se asustaron al principio, pero el fantasma era amistoso, y no tardaron en hacerse amigos de él. El fantasma era una criatura solitaria, que llevaba años viviendo sin nadie más que los espíritus del cementerio, y estaba muy contento de tener a alguien con quien conversar y jugar. Con el tiempo, los niños se sintieron cada vez más cómodos en su presencia, y cuando llegó el momento de partir, prometieron volver al día siguiente.
Después de varios días de juegos en el cementerio, una de las niñas del grupo descubrió la verdad detrás del fantasma. El fantasma no era en realidad un fantasma, sino un hombre anciano que había pasado la mayor parte de su vida cuidando del cementerio. Había vivido ahí durante años, sin que nadie lo supiera, viendo como las generaciones pasaban por el pueblo y se iban.
Al principio, los niños se sorprendieron por esta revelación, pero ya habían hecho amistad con el hombre anciano, y se sintieron muy felices de haberlo conocido. Por su parte, el hombre anciano estaba agradecido por haber encontrado compañía en alguien de su edad, y por haber encontrado nuevos amigos en su edad avanzada.
Desde entonces, los niños comenzaron a visitar regularmente al hombre, llevándole comida y haciéndose cargo de su jardín. Agradecido, el hombre les contó sus historias, hablando de los tiempos pasados, y transmitiéndoles su sabiduría. Con el tiempo, la amistad entre los niños y el hombre se convirtió en una relación muy especial, y siempre recordaron el enigmático misterio del fantasma del cementerio encantado al que tuvieron la suerte de conocer.
Y así, el cementerio deja de ser un lugar aterrador, y se convierte en un lugar lleno de historias, donde las risas de los niños y la hospitalidad de un anciano establecen un lugar mágico e inolvidable. Los niños nunca olvidaron su experiencia en el cementerio, ni el hombre que había sido un amigo y maestro inspirador en sus vidas.