El Dragón y la Ciudad de los Juguetes. Había una vez un hermoso dragón llamado Max, que vivía en la Ciudad de los Juguetes. Max era diferente de los demás dragones, en lugar de ser feroz y malvado, era amigable y juguetón. Siempre estaba buscando amigos para jugar y divertirse.
Max vivía en una cueva en lo alto de una montaña, donde guardaba todos sus juguetes. Él mismo había construido estanterías y cajas para organizarlos, y siempre estaba añadiendo nuevos tesoros a su colección. Tenía coches, muñecas, pelotas, bloques, puzzles y mucho más.
Un día, mientras Max estaba volando por los cielos en busca de amigos, vio a lo lejos algo nuevo y emocionante que lo llamó la atención. Era una tienda de juguetes, y nunca había visto una antes.
Max se acercó a la tienda y se asomó por la ventana. Adentro había una gran cantidad de juguetes, cada uno más hermoso que el anterior. Max sabía que tenía que entrar y explorar.
Así que, con un gran golpe de sus alas, Max voló hacia la tienda y aterrizó justo dentro de ella. La tienda estaba vacía, pero los estantes estaban llenos de juguetes.
Max se lanzó sobre los juguetes, olfateando y examinando cada uno. Todo era nuevo y fresco, y Max quería llevarse todo a casa.
Sin embargo, justo cuando estaba a punto de tomar un juguete y salir de allí, escuchó un llanto débil que venía de detrás de la tienda. Max decidió investigar.
Se abrió paso hacia la parte trasera de la tienda, donde encontró al dueño acurrucado en un rincón, llorando. Max se acercó tímidamente.
«¿Estás bien?», preguntó Max.
El dueño de la tienda levantó la cabeza y miró a Max con tristeza.
«No tengo clientes», se lamentó. «Los niños de esta ciudad prefieren los videojuegos y los teléfonos móviles a los juguetes. Casi nunca hay alguien que entre a mi tienda».
Max se sintió triste por ver tan triste al dueño de la tienda de juguetes. Pero entonces tuvo una idea.
«¡Podría ayudarte!», exclamó Max. «Podría traer niños de la ciudad aquí para que vean tus increíbles juguetes».
El dueño de la tienda se sorprendió.
«¿Cómo podría hacer eso?», preguntó.
Max organizó un plan. Juntos decidieron crear carteles y repartirlos por toda la ciudad. Max sobrevoló la ciudad y dejó los carteles en todos los hogares y negocios. Invitó a los niños a visitar la tienda de juguetes y a ver lo que habían estado perdiendo.
La ciudad se emocionó mucho por la idea de un dragón que se preocupaba por los juguetes. Los niños corrieron hacia la tienda de juguetes, llenándola de risas y júbilo.
Max estaba encantado de ver a los niños divirtiéndose con los juguetes, y el dueño de la tienda estaba emocionado de tener clientes una vez más. Pero sabía que este éxito no podía durar para siempre. Pronto, los niños se cansarían de los juguetes y volverían a sus pantallas y juegos de video.
Después de que la multitud se fue, Max visitó al dueño de la tienda de juguetes. Tenía una idea.
«¿Y si organizamos una competencia?», propuso Max. «Podríamos encontrar el mejor juguete de la ciudad».
El dueño de la tienda lo consideró durante un momento, luego asintió con entusiasmo.
«Sí, eso sería increíble», dijo. «Sería una gran manera de animar a los niños a jugar más con los juguetes».
Max despegó hacia la ciudad y entregó la noticia. Los niños estaban emocionados por participar en una competencia de juguetes juguetes. Todos se esforzaron por hacer el juguete más creativo y divertido que pudieran imaginar.
La competencia fue un gran éxito. Los niños crearon pianos gigantes con teclas que podían ser pisadas, ajedrez con piezas de tamaño humano y muchísimos otros juegos sorprendentes.
Max y el dueño de la tienda de juguetes estaban tan impresionados que decidieron que no podían elegir un solo ganador. En cambio, le otorgaron a todos un gran premio: su propio juguete de la tienda de juguetes.
La noticia de la increíble competición de juguetes se difundió como pólvora por todo el vecindario, y los niños comenzaron a correr hacia la tienda de juguetes a una velocidad vertiginosa.
La tienda nunca había visto una multitud tan grande y Max sintió que había cumplido su misión. Ahora, los niños de la Ciudad de los Juguetes se divertían y jugaban como nunca antes.
Desde entonces, Max y el dueño de la tienda de juguetes disfrutaron de una asociación maravillosa. Max visitaba a menudo la tienda de juguetes para jugar con los niños y para asegurarse de que siempre hubieran juguetes frescos y emocionantes en la tienda.
Y así Max aprendió que, aunque era un dragón solitario, siempre podría encontrar amigos y hacer una diferencia en la vida de otros. Y siempre seguiría siendo un dragón juguetón.