El Dragón y el Jardín Secreto. Había una vez un dragón solitario que vivía en una cueva en la montaña. Era un dragón grande y fiero, con escamas marrones y una larga cola con púas negras. Todos los días, al despertar, miraba por la ventana de la cueva y veía un jardín hermoso colina abajo. Siempre se preguntaba quién sería el dueño del jardín y cómo sería caminar entre todas esas plantas y flores.
Un día, el dragón decidió bajar a la colina para explorar el jardín. Bajó por la montaña, saltando de roca en roca, hasta que llegó al pie de la colina. Luego, comenzó a caminar hacia el jardín. El camino estaba cubierto de flores de colores brillantes y el aire estaba lleno del aroma de las plantas. El dragón nunca había estado en un jardín antes, y estaba fascinado por todo lo que veía.
Mientras el dragón caminaba por el jardín, notó que algo se movía detrás de un arbusto cercano. La curiosidad del dragón se encendió, y se acercó al arbusto para investigar. Cuando se acercó lo suficiente, vio que un grupo de pequeñas criaturas estaba escondido detrás del arbusto. Eran duendes pequeños, del tamaño de la mano del dragón, y estaban preocupados por la presencia del dragón.
«¿Quién eres tú?», preguntó uno de los duendes con una voz temblorosa.
«Soy un dragón solitario», respondió el dragón con orgullo. «¿Y quiénes son ustedes?»
«Somos duendes del jardín», dijo otro de los duendes. «Vivimos aquí y cuidamos del jardín para nuestro seño.»
El dragón se sorprendió. Había oído hablar de los duendes del jardín, pero nunca había visto uno antes. Los duendes eran conocidos por ser tímidos y reservados, y no solían relacionarse con otras criaturas.
«¿Quién es tu dueño?», preguntó el dragón.
«Nuestro dueño es un hombre sabio y amable», respondió otro de los duendes. «Viene al jardín cada día para hablar con nosotros y cuidar de las plantas.»
El dragón estaba intrigado. Nunca había conocido a un hombre sabio y amable, y estaba curioso por conocerlo. Decidió seguir a los duendes alrededor del jardín hasta que encontraron al dueño.
Cuando el dragón y los duendes encontraron al dueño del jardín, se sorprendieron al ver que era un hombre anciano y sabio, con una barba larga y canosa y un sombrero puntiagudo en la cabeza. El hombre estaba sentado en un banco cerca de una fuente del jardín, disfrutando del sol de la tarde. Los duendes se apresuraron a saludar al hombre y a contarle sobre su visita inesperada.
El hombre satisface con curiosidad al dragón, quien lanzaba fuego por la boca. «¿Qué te trae por aquí, amigo mío?», preguntó el hombre.
«Siempre me he preguntado quién es el dueño de este hermoso jardín», respondió el dragón. «Y hoy decidí venir y conocerlo».
El hombre sonrió y ofreció al dragón un asiento en el banco. «Me alegra que hayas venido», dijo. «Soy el dueño del jardín, pero no solo el jardín. Tengo un conocimiento muy amplio, puedo enseñarte muchas cosas».
El dragón se sintió abrumado por su amabilidad, pero se sentó al lado del hombre y comenzó a hablar con él. Durante horas, el hombre habló sobre la historia del mundo y sobre la experiencia que ha vivido. Había viajado por todo el mundo, había enfrentado grandes obstáculos y se había convertido en un erudito. El dragón estaba fascinado con todo lo que el hombre decía, y comenzó a darse cuenta de que había mucho más en la vida que solo la cueva en la montaña.
Al final de la tarde, el dragón se despidió del hombre y de los duendes, regresando a la cueva en la montaña sintiéndose distinto. Él vio lo bonito que era el mundo, cuan lejos estaba de la roca en que se quedaba encerrado.
Desde ese día en adelante, el dragón visitaba el jardín con regularidad. Hablaba con el hombre y los duendes, aprendiendo cosas nuevas y apreciando todas las bellezas que había en el mundo. Y aunque el dragón nunca perdió su fuego, aprendió a usarlo sabiamente.
Con el tiempo, el dragón se hizo amigo de otros animales en el jardín y más allá, y comenzó a explorar el mundo a su alrededor. Nunca olvidó sus raíces en la montaña, pero también comenzó a ver que había mucho más en la vida que solo su cueva. El dragón se convirtió en un símbolo de la diversidad y la aceptación en todo el mundo, enseñando a otros que no hay límites para lo que uno puede hacer si está dispuesto a salir de su zona de confort y explorar lo desconocido.