El Dragón de las Estrellas Fugaces. Había una vez un dragón muy especial llamado Estrellín. Vivía en lo alto del cielo nocturno, en las estrellas fugaces que brillaban con un resplandor mágico. Estrellín era diferente a cualquier otro dragón que hubiera existido jamás. Tenía unas imponentes alas plateadas que brillaban con la luz de las estrellas y unas escamas doradas que reflejaban la luz de la luna.
Estrellín era un dragón muy solitario, y pasaba la mayor parte de su tiempo volando por el cielo nocturno, admirando la belleza de la galaxia. A pesar de que se sentía afortunado de ser el único habitante de las estrellas fugaces, había algo que lo hacía sentir triste de vez en cuando: no tener amigos.
Un día, Estrellín decidió volar hacia las nubes para ver si podía encontrar a alguien con quien establecer una amistad. Después de horas de vuelo, divisó a un grupo de pájaros que volaban hacia el sur. Estrellín decidió seguirlos. Voló durante días, hasta que finalmente llegaron a una hermosa selva.
Estrellín miró maravillado mientras los pájaros descendían sobre los árboles. Él, que nunca había visto antes una selva, se emocionó al ver todo aquello, así que se decidió a descender y explorar el lugar.
Caminando por la selva, Estrellín hizo muchos amigos. Conoció a un loro que hablaba sin parar, a una mariposa que siempre estaba en movimiento, a un mono que se colgaba de las lianas… Todos ellos se enamoraron de él enseguida, lo que lo hizo feliz. Estrellín estaba emocionado por haber encontrado a alguien con quien compartir sus aventuras.
Durante muchos días, Estrellín viajó por la selva con sus nuevos amigos. Juntos, treparon árboles, saltaron de rama en rama y escucharon el sonido del agua corriendo en los arroyos. Estrellín estaba disfrutando de su nueva vida, pero sabía que no se podía quedar mucho tiempo. Su verdadero hogar seguía siendo el cielo nocturno, donde podía ver todas las maravillas que se escondían en el universo.
Cuando llegó el momento de partir, Estrellín se despidió de sus amigos con un abrazo. La mariposa flotó sobre él y lo bañó en suave brillo de luz, mientras que el loro lo bañó con muchos besos y el mono se aferró a su pierna, sin querer dejarlo ir. Todos los amigos de Estrellín le dijeron adiós, deseándole lo mejor en su viaje.
Estrellín emprendió el vuelo de regreso a su hogar en las estrellas fugaces, sintiendo una gran felicidad en su corazón. Se sentía muy afortunado de haber tenido la oportunidad de conocer a tantos amigos maravillosos en la selva. Desde entonces, comenzó a visitar la selva cada vez que quería divertirse un poco.
Ahora, cada vez que Estrellín viajaba por el cielo nocturno, sus amigos de la selva no sólo lo acompañaban en espíritu, sino que también aparecían en el cielo en forma de constelaciones. El loro aparecía como una estrella que parpadeaba constantemente, la mariposa como un grupo de chispas doradas, y el mono como una estrella roja. Estrellín se emocionaba al verlos cada noche, recordando su aventura en la selva.
Aunque nadie sabe cuál es el final del cuento, lo cierto es que cada noche, Estrellín sigue volando por el cielo nocturno, iluminando las estrellas fugaces con su luz plateada, presentando nuevas aventuras y animando a todos aquellos que lo contemplan a soñar. Y es que, como dijo alguna vez Estrellín, «no importa cuán lejos estés, siempre hay un lugar en el universo donde puedes tener amigos».