El día en que todo el mundo se aceptó. Érase una vez un mundo en el que las diferencias se mostraban con una tristeza en los ojos de los habitantes. La sociedad estaba dividida, y aunque los seres humanos eran iguales ante los ojos de Dios, cada uno tenía su propia imagen y personalidad.
Los niños crecían con una imagen fijada: los niños eran fuertes y valientes, las niñas eran delicadas, y se suponía que ellos también debían ser fuertes como los niños. Los adultos tomaban la situación por ciertas por completo, sin cuestionar nada. Los blancos eran importantes, mientras que personas con diferentes colores de piel y rasgos faciales eran completamente ignorados.
Las tradiciones sociales y culturales se habían convertido en algo fijo, lo que llevaba a separaciones constantes y a malentendidos constantes. Pero un día, todo eso cambió.
Era un día muy soleado de verano. Los niños jugaban en el parque y los adultos trabajaban, como siempre, sin saber lo que el día les deparaba. De repente, un pequeño grupo de personas se acercó al parque. Estas personas de diferentes edades, nacionalidades, identidades y colores les decían a los niños, entre risas y sonrisas:
– Hola, niños. ¿Queréis jugar con nosotros?
Algunos niños se acercaron a ellos tímidamente, mientras que otros corrieron hacia ellos saltando y riendo, diciéndoles que sí. Entonces, todos los adultos empezaron a observar su interacción desde lejos. Empezaron a notar algo: a pesar de las diferencias calmantes, los niños se llevaban bien y compartían una risa inocente. Los adultos, a menudo, los educaban para ver las diferencias de manera tan inhumana que no podían siquiera concebir la idea de aceptar a los demás.
Mientras los niños estaban jugando juntos, la gente adulta sufría una gran confusión. De repente, se dieron cuenta de que no estaban permitiendo que sus hijos jugaran con otros niños, simplemente porque parecían diferentes. Repentinamente, sus corazones se llenaron de tristeza.
Las personas, una por una, se acercaron a los niños y empezaron a jugar con ellos, haciendo malabares, cantando canciones, saltando y riendo juntos. Todos se divertían juntos sin miedo ni prejuicios. A medida que el tiempo pasaba, todos los adultos de repente se dieron cuenta de que habían estado atrapados en una idea míope y nociva.
el amor vino a ellos como una luz cegadora. Entonces, pensaron: «¿Por qué no podemos aceptar a los demás como los niños lo hacen?».
El día continuó, y todos siguieron disfrutando juntos. Los niños corrían en todas direcciones, abrazándose y divirtiéndose, como si no hubiera ninguna diferencia entre ellos. Los adultos se habían dado cuenta de que el mundo era mucho más grande que sus pensamientos cerrados, que tenían que aprender a aceptar las diferencias y a apreciar a los demás.
Ese día fue especial porque todo el mundo se aceptó tal y como eran. Todo el mundo se dio cuenta de que, aunque cada uno de nosotros tiene una imagen diferente, seguimos siendo iguales y necesitamos aprender a celebrar la diversidad. Los adultos habían aprendido la lección y juntos promovían la igualdad, el respeto y la justicia social. Los niños al fin vivirían en un mundo en el que no serían juzgados por su acervo, raza o género, sino que se sentirían felices y libres para ser ellos mismos.
Todos entendían la importancia de vivir y dejar vivir, de amarse y aceptarse unos a otros, de vivir en este hermoso mundo en armonía y amor. A partir de ese día, la serenidad llenó el corazón de todos, y la felicidad nunca se perdió en su camino.