El conejo y la cueva del dragón

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El conejo y la cueva del dragón
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El conejo y la cueva del dragón. Érase una vez, en un bosque encantado, vivía un conejo muy valiente llamado Felpudo. Moraba en una pequeña cueva en la senda del arroyo, y su vida estaba llena de aventuras y peligros que debía sortear día tras día.

Un día, mientras Felpudo exploraba el río, notó que las aguas corrían demasiado rápido y turbias. Inquieto, decidió seguir hacia la fuente para averiguar lo que estaba sucediendo. Mientras se adentraba en el bosque, oyó un fuerte rugido que venía de una cueva oscura en lo alto de la montaña. Sin pensarlo dos veces, Felpudo decidió escalar la montaña para investigar qué había detrás de ese sonido, tan temible como desconocido.

Luego de una larga subida, llegó a la cima del monte y encontró la entrada de la cueva. Al asomarse adentro, descubrió que toda la caverna estaba cubierta de oro y diamantes; pero, lo que más le sorprendió fue lo que había al fondo: dormido y roncando, un enorme dragón, que al parecer era el dueño de ese tesoro.

El conejo Felpudo, con todo su valor, decidió acercarse más, y se dio cuenta de que el dragón tenía un problema: una espina en la pata que lo hacía cojear y lo hacía sentir muy mal. Entonces, sin pensarlo dos veces, Felpudo decidió ayudar al dragón a sacar la espina de la pata; para lo cual, lentamente, se acercó al dragón y le dijo:

—Buenos días, señor dragón. ¿Puedo ayudarlo? Veo que tiene una espina en la pata y eso no debe ser nada bueno—.

El dragón, molesto por el ruido, despertó de su sueño y descubrió al conejo. Con su larga cola, intentó golpearlo, pero Felpudo era demasiado ágil y logró esquivar el golpe.

—¿Qué estás haciendo aquí, pequeño conejo? —bramó el dragón.

Felpudo no se asustó, y con tranquilidad respondió:

—Vengo a ayudarte con la espina en tu pata, señor dragón. Si me permites, yo te la puedo sacar.

El dragón, al ver al pequeño conejo tan valiente, decidió permitir que lo ayudara. Con mucho cuidado, Felpudo extrajo la espina de la pata del dragón y la arrojó fuera de la cueva. Agradecido, el dragón le preguntó al conejo qué quería para recompensarlo por su ayuda.

Felpudo sonrió y pensó por unos instantes, para responder:

—No necesito nada, señor dragón. Sólo me interesa tener su amistad.

El dragón, sorprendido y complacido, le extendió su pata al conejo Felpudo, para sellar una verdadera amistad entre ellos.

—Te prometo que nunca más volveré a hacerte daño, pequeño conejo —dijo el dragón—. Si alguno te molesta, llámame y estaré aquí para protegerte.

Desde entonces, el conejo Felpudo y el dragón de la cueva se convirtieron en amigos inseparables. Cada vez que algo malo pasaba en el bosque, aparecía el enorme dragón para ayudar a su amigo conejo; y eso dio a Felpudo la fuerza suficiente para sortear las adversidades y seguir explorando el bosque y su entorno.

Así es como el conejo valiente Felpudo hizo amigos en el bosque, superando el miedo y la desconfianza, y aprendiendo a ser un verdadero héroe al ayudar al dragón de la cueva del tesoro. Desde ese día, no había peligro que no pudieran sortear juntos, transformando cada situación hostil en una aventura llena de magia y amistad. Y así, el bosque y la cueva del dragón, se convirtieron en un lugar seguro y lleno de amigos para todos los animales que habitaban en él.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
El conejo y la cueva del dragón
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