El caballo y el puente de los deseos

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El caballo y el puente de los deseos
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El caballo y el puente de los deseos. Había una vez un hermoso caballo llamado Topacio. Era el caballo más rápido y fuerte de todo el reino, y su pelaje brillaba como el sol. Vivía junto a su dueño, un anciano granjero llamado Abuelo Juan, en una pequeña finca en la afueras del pueblo.

Un día, Abuelo Juan enfermó gravemente y tuvo que ser llevado al hospital del pueblo. Topacio lo acompañó hasta la puerta, relinchando ansiosamente a su lado. Allí, el granjero se despidió de su fiel amigo y le susurró al oído: «Ha llegado el momento de que realices tu sueño, caballo mío. Cruza el Puente de los Deseos y pide lo que más anhelas en la vida».

Topacio nunca había oído hablar del Puente de los Deseos, pero siguió la mirada de su dueño y vio a lo lejos un gran arcoíris que se elevaba en el horizonte. Abuelo Juan le había hablado de él en una ocasión, pero nunca había pensado que llegaría el día en que tendría que cruzarlo.

El caballo tomó la decisión. En su corazón, había un gran anhelo que lo había acompañado toda su vida, y ahora tenía la oportunidad de pedirlo. Así que corrió hacia el puente y lo cruzó de un salto.

Al llegar al otro lado, Topacio se encontró con un hombre sabio y amable. El hombre le preguntó cuál era su deseo, y el caballo no dudo en responder: «Quiero ser libre, quiero poder correr por los campos y sentir el viento en mi pelo sin tener que trabajar para nadie más que para mí mismo».

El hombre le respondió: «Tu deseo ha sido concedido, pero antes de que puedas ser libre debes cumplir una tarea difícil: debes encontrar un tesoro que está escondido en el corazón del bosque encantado. Muchos han ido en su búsqueda, pero nadie ha logrado encontrarlo. Si lo encuentras, tendrás la libertad que anhelas».

Topacio aceptó el desafío y se adentró en el bosque. El sonido de sus pezuñas resonaba en la quietud del lugar. El bosque era tan grande que el caballo se perdió varias veces y casi pierde la esperanza, pero finalmente encontró una pequeña cueva y se acercó con cautela.

Allí, encontró un cofre dorado. Lo abrió, y dentro encontró un puñado de semillas mágicas. El hombre sabio le había explicado que esas semillas eran la clave para su libertad. Debía sembrarlas en cualquier parte del bosque, y allí crecería una flor mágica que le indicaría el camino hacia su libertad.

Topacio regresó a su hogar con un nuevo sentido de propósito. Sembró las semillas alrededor de la finca de Abuelo Juan y esperó pacientemente hasta que crecieron las flores mágicas. Al amanecer, cuando la luz del sol iluminó las flores, las semillas se abrieron y los pétalos se convirtieron en alas, y Topacio se transformó en un hermoso Pegaso.

Topacio voló hacia el cielo, puro y blanco como la nieve, y sintió el viento en su pelaje como siempre había soñado. Era libre, estaba libre para correr por el mundo y hacer lo que quisiera. Su sueño se había hecho realidad gracias al amor y la sabiduría de Abuelo Juan.

El Pegaso voló a través del cielo durante días, explorando nuevos horizontes y descubriendo lugares que nunca había visto. Al final, decidió que realmente no importaba adónde fuera, porque había logrado algo aún más valioso: su libertad.

Desde entonces, Topacio nunca olvidó lo que Abuelo Juan le había enseñado: que siempre hay alguien que nos ayuda a alcanzar nuestros sueños, y que la única manera de ser feliz es ser libre.

Y así, el Pegaso siguió volando, libre y feliz, en un cielo lleno de sueños y esperanzas, mientras que Abuelo Juan miraba desde su cama de hospital, sabiendo que su amigo estaba en el mejor lugar del mundo.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
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