El caballo que domó al viento. Había una vez un hermoso caballo llamado Pegaso. Pegaso era de un color blanco brillante y tenía el pelo suave y sedoso. Pegaso vivía en un rancho en la pradera con su dueño, un hombre llamado Juan.
Juan había criado a Pegaso desde que era un potrillo. Había trabajado incansablemente entrenándolo para que fuera lo mejor que pudiera ser. Juan sabía que su caballo era especial y tenía un talento especial. Pegaso era un gran corredor, pero su velocidad no era lo único que lo hacía especial. Pegaso también era muy ágil y astuto.
Un día, mientras estaban en el rancho, Juan notó algo extraño en el cielo. El viento estaba soplando con tanta fuerza que los árboles se balanceaban de un lado a otro. Juan sabía que el viento podía ser peligroso y decidió llevar a Pegaso al establo para mantenerlo seguro.
Mientras Juan y Pegaso se dirigían al establo, se dieron cuenta de que el viento era aún más fuerte de lo que habían pensado. Las hojas de los árboles volaban por todas partes y el cielo estaba lleno de nubes grises oscuras.
Juan comenzó a preocuparse por la seguridad de los otros animales en el rancho. Sabía que tendría que salir a revisarlos y asegurarse de que estuvieran seguros. Pero tenía miedo de lo peligroso que el viento estaba.
Fue entonces cuando Pegaso decidió tomar el asunto en sus propias manos. Mientras Juan estaba ocupado preparando el establo para la tormenta, Pegaso salió del establo y comenzó a correr hacia el viento.
Juan lo observó desde la distancia, asombrado por la audacia de su caballo. Pero también estaba preocupado por su seguridad.
«Pegaso, vuelve aquí», le gritó Juan en voz alta. Pero Pegaso no escuchó y continuó corriendo hacia el viento.
Pegaso se sintió completamente libre mientras corría. El viento soplaba fuerte en su cara, pero él no temía en absoluto. En lugar de eso, se divirtió mucho con la carrera. Se sentía como si pudiera correr por siempre.
Pegaso continuó corriendo hacia el viento mientras la tormenta se acercaba cada vez más. Pero a medida que la tormenta se acercaba más, el viento se intensificó aún más. Pegaso se encontró luchando contra el viento con todas sus fuerzas.
De repente, una gran rama de árbol cayó hacia el suelo en la pradera, pero Pegaso era demasiado rápido y hábil para su movimiento. De inmediato, se agachó y saltó por encima de la rama sin siquiera chocarla.
Pegaso estaba decidido a detener al viento. No quería que la pradera y los animales que vivían en ella sufrieran daños. Entonces, siguió corriendo y luchando con todas sus fuerzas.
Pegaso finalmente llegó a la cima de una colina. Fue allí donde encontró lo que estaba buscando. Una gran roca estaba sentada en la cima de la colina, balanceándose en el viento y causando estragos en la pradera.
Pegaso sabía que era esa roca la que estaba haciendo que el viento fuera tan peligroso. Así que decidió abordarla. Se acercó a la roca y comenzó a empujarla hacia un lado. Al principio, la roca no se movió en absoluto. Pero Pegaso no se dio por vencido. Continuó empujándola con todas sus fuerzas.
Finalmente, después de lo que parecía una eternidad, la roca comenzó a moverse. Pegaso empujó y empujó hasta que finalmente la roca se detuvo. El viento inmediatamente se calmó, lo que permitió que la tormenta se fuera.
Muy feliz, Pegaso dejó escapar un relinchido y corrió de vuelta al rancho. Mientras Juan lo saludaba, Pegaso supo que había hecho algo verdaderamente especial. Había salvado el rancho y a todos los animales allí.
Desde ese día, Pegaso no fue solo el corredor más rápido de la pradera. También se convirtió en el caballo que se tomó el viento, demostrando que su agilidad y astucia podían ser utilizadas para hacer el bien y salvar vidas.